Implicar a todo el centro. Desde profesores a estudiantes. Esa es la receta pedagógica que utilizan en el instituto Ignacio Ellacuría de Alcorcón (Madrid) para tratar la diversidad de nacionalidades que hay entre su alumnado. Aquí lo tienen claro: los estudiantes extranjeros no son sólo responsabilidad del profesor de compensatoria sino de todo el instituto. Porque saben que trabajar con estos chicos de manera colectiva, sin segregarlos, supone, si no el éxito académico total, sí que se sientan protagonistas del centro. "Y eso ya es mucho", explica el profesor de compensatoria, Jesús Ruíz.
En este instituto hay alumnos adolescentes que han venido de todas partes: de Ucrania, de Rumanía, de China, de Rusia, de Marruecos, de Guinea Ecuatorial, de Argentina, de Polonia, de Estados Unidos, de Uruguay, de Colombia, de Ecuador. En total, 45 extranjeros de los 500 chicos matriculados.
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El modo de actuar aquí es el siguiente. Un día cualquiera del curso llega al instituto un chico polaco de 14 años. No habla español y no hay forma de entenderse con él, así que los primeros 15 días se le mete en clases de inmersión lingüística para que aprenda español a marchas forzadas y adquiera competencias comunicativas. "Hay niños que lo consiguen enseguida, sobre todo los de países del Este. Un niño polaco es capaz, por ejemplo, de decodificar lo que está leyendo en 48 horas", dice Ruíz.
Tras esos 15 días, el chaval se integra en una clase con el resto de los alumnos, casi siempre uno o dos cursos por debajo del que le corresponde. "Al estar con el resto se ve obligado a poner en marcha muchas más estrategias de comunicación. Es la manera de que se suelten a hablar, de que se relacionen. En el fondo, son los demás alumnos los que le están ayudando a adquirir vocabulario", añade. Otros niños polacos, con más años en España, pueden, en un momento determinado, actuar de intérpretes.
Sólo en clase de matemáticas y de lengua se saca al niño extranjero del aula para que reciba una sesión de apoyo externo, junto con cuatro o cinco chavales de su mismo nivel académico. En el resto de las asignaturas, el profesor de compensatoria se reúne con los demás docentes una vez por semana para seleccionar los contenidos mínimos que el niño extranjero debe aprender. "Es bueno que el chico vaya estudiando lo mismo que sus compañeros, aunque de menos nivel, y no libros infantiles o de caligrafía, para que no se sienta inferior".
El bagage cultural del niño se tiene siempre presente. "La clase de Historia o de Geografía pueden ser una buena excusa para que el chico polaco hable a los demás de su país y de su idioma, para que unos y otros aprendan", dice Ruíz. Y cuenta que aunque algunos alumnos no logran integrarse nunca, otros, en cambio, llegan a estudiar Medicina. Es el caso de una chica rusa que llegó hace siete años al Ignacio Ellacuría sin saber una palabra de español.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 3 de febrero de 2003