Han colocado en mi barrio, en plena calzada, un muro de hormigón más feo que un grano y más peligroso que una guadaña. Para comprobar su fealdad no hay más que acercarse; es decir, a Santa María de la Cabeza, números 82, 84, 86..., pues el recorrido del muro es largo como un dormir de pesadilla: es la prolongación del túnel que nos han construido.
Para comprobar su peligrosidad no hay más que analizar los puntos negros que la construcción conlleva. Los que vivimos a pie de muro nos hemos sentido decepcionados, pues tras dos años de cortes de aceras, polvo, barro, ruidos y desviaciones sin límite, hemos de soportar la visión del adefesio.
Contemplar día y noche una obra arquitectónica de tal jaez es un castigo que no nos merecemos, como tampoco nos merecemos la supresión del semáforo que durante tantas décadas hemos tenido y que ahora no tenemos. Nos han dividido el barrio y algunos locales comerciales tendrán que cerrar, ya lo han anunciado; otros ya lo han hecho. Y todo, por una mala planificación de la obra.
Si lo del semáforo es la culminación de un despropósito, lo del muro de la vergüenza en medio de la calzada es un desprecio al vecindario. Se me rompen los ojos cuando lo miro. ¿Por qué no han acortado el túnel setenta metros (setenta nada más) y hubieran dejado el semáforo que se reivindica en su sitio y evitado el muro? O que lo hubiesen alargado (el túnel) hasta iniciar su boca de salida a la altura de la gasolinera. De esta manera, hubieran respetado el entorno tal y como lo teníamos antes.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 5 de febrero de 2003