La última edición de la gala de los Goya es un fiel reflejo del cine español al que, supuestamente, homenajea. Es un espectáculo rutinario, tedioso, vacío y pobre. No me pareció mal la idea inicial de utilizar ese aire circense para darle un poco de chispa al evento, pero la originalidad terminó absorbida por la demagogia barata. Llegó un punto en que, honestamente, no sabía si estaba asistiendo a una entrega de premios cinematográficos o a un mitin, con tanta referencia política como se hizo. Vale que muchas veces el artista utiliza su creación para remover las conciencias y hacernos pensar, pero lo de la noche del sábado fue el colmo. Nadie habló, en cambio, de la crisis aguda del cine español, que tiene difícil recuperación y que tuvo su mejor ejemplo en el ninguneo que se le hizo a Almodóvar. Seguimos nadando en la mediocridad.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 5 de febrero de 2003