Vivo en Madrid, una ciudad cuyo alcalde, Álvarez del Manzano, ha ganado tres veces las elecciones municipales por mayoría absoluta. En buena lógica, habría que pensar que se trata de un hombre muy querido, pero todo el mundo lo detesta. De hecho, no se sabe de nadie que le haya votado, ya que sus admiradores practican esta perversión de forma clandestina. Durante sus mandatos, Madrid ha sido la capital del gris marengo, de la caspa, de la incultura y de las obras absurdas. El actor Danny de Vito, que nos visitó hace poco, expresó al partir el deseo de que encontráramos pronto el tesoro, pues no había podido pasear por una sola calle que no estuviera levantada. La furia excavadora de Manzano sólo es comparable con su devoción a la Virgen.
¿Cómo se come este desacuerdo entre el éxito electoral de un político y la opinión que tienen los ciudadanos sobre él? Es un misterio, aunque quizá no tanto si observamos que los programas con mayor audiencia de la tele son también los más aborrecidos por los espectadores. Sabemos que lo correcto es comer con tenedor y cuchillo, pero cuando nadie nos mira echamos las manos al plato y luego nos limpiamos los dedos en la corbata. Hablé la semana pasada por teléfono con un amigo que vive en Italia para que me localizara a alguien que hubiera votado a Berlusconi con la idea de hacerle un psico-reportaje. Me llamó ayer mismo, desanimado: sólo había encontrado un individuo dispuesto a reconocer públicamente su aberración, pero se trataba de un pobre idiota al que tuve que rechazar por miedo a parecer tendencioso.
Hay en la historia épocas en las que la gente hurga en la política con la misma actitud que hurga entre los programas de televisión: buscando aquello que más le repugna, quizá para verlo fuera en vez de verlo dentro. ¿Quién reconocería hoy haber votado a Hitler, a Putin, a Menem? ¿Quién reconocerá mañana haber votado a Sharon o a Bush? ¿Saben de alguien que admita disfrutar con Salsa Rosa? Lógicamente, no. Tal vez por eso muchos individuos que votaron a Aznar se hacen los locos cuando se lo recuerdas. "Yo no he sido", parecen decir con expresión de espanto.
Algo se mueve.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 7 de febrero de 2003