La extinta fábrica de aerografía textil Ardystil ha pasado a los anales por dar nombre a un trágico síndrome laboral y por ser el paradigma de la economía sumergida. La industria, además de acumular un sinfín de irregularidades administrativas, carecía de los mínimos para garantizar la salud de sus empleados.
La dueña de la empresa, Juana Llácer, ha admitido ante el tribunal de Alicante estas carencias, aunque se escuda en el desconocimiento de la peligrosidad de las labores encargadas a sus trabajadores jóvenes en su primer empleo. Al principio, la fábrica sólo se dedicaba al corte y confección de las piezas. Luego inició la sección de estampado y dibujo de las piezas, "para abarcar todo proceso de producción", matizó Llácer.
La dueña ha reconocido que comenzó esta actividad sin la licencia municipal y de la Consejería de Industria. Contrató en régimen de formación a 14 jóvenes, pero sólo dio de alta en la Seguridad Social a una. Las empleadas, en jornadas de 6 a 14 horas, desarrollaban su actividad en una nave. Manipulaban los productos con mascarillas que pidieron ellas mismas. El local carecía de ventilación mecánica (se instaló un extractor general tras la primera muerte). Para combatir el intenso frío invernal se instaló una gran estufa de gasóleo. Su calor y los gases de los productos químicos y los disolventes formaban una nube tóxica a la que la dueña no dio importancia.
La Inspección de Trabajo efectuó tres visitas a Ardystil y no levantó ningún acta por falta de medidas para proteger la salud de los trabajadores. Cuando se conoció la envergadura del caso, la Generalitat Valenciana suspendió la actividad de la aerografía textil en toda la comarca. Para entonces sólo en Ardystil habían muerto cinco operarias y otros 21 empleados habían caído enfermos.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 10 de febrero de 2003