Estar contra esta guerra no es ser pacifista a cualquier precio ni en cualquier circunstancia. Extrapolar argumentos trayendo a colación el nazismo y otros antecedentes, así como justificar la guerra actual por aquello de que en el 91 se hizo otra parecida, es una simpleza con la que se pretende descalificar a los que rechazamos los designios de Bush, sin por ello considerarnos antiamericanos a ultranza ni partidarios de Sadam.
La sangre preventiva no se lava con petróleo, perdura en la memoria y abre aún más las compuertas del horror. Esta guerra es un insulto a la razón, a la inteligencia, a la cultura y a la humanidad. Otras también. Puede que todas. Pero es en ésta donde nos están metiendo ahora, sin pedirnos permiso y contra nuestra mayoritaria voluntad.
Tildar de ingenuos pacifistas a los que, en todo el mundo, claman por la paz, o de pusilánimes intelectuales a los que todavía ejercen el derecho a pensar, es reclamar la ley del silencio para perpetrar el crimen con garantizada impunidad.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 11 de febrero de 2003