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AJEDREZ

La élite incorpora a su equipo el 'entrenador informático'

Los ajedrecistas de silicio han causado una revolución, agrandada ahora por Deep Junior, de creación israelí, que acaba de empatar con Gari Kaspárov en Nueva York tras exhibir un estilo humano.

Los enchufes del hotel Aníbal de Linares (Jaén) son claves durante su torneo, el Wimbledon del ajedrez. Hace años que el servicio de habitaciones dejó de asombrarse al ver ordenadores con tableros de ajedrez. Los programas que hacen eso, Fritz, Junior, Rebel o Schredder, cuestan alrededor de 50 euros y han sustituido en buena parte a los analistas que acompañaban a las estrellas.

Los rivales que Kaspárov tendrá en Linares se han movilizado para adquirir una copia de la última versión de Deep Junior, cuya forma de jugar ha causado temor y admiración. Es el primer programa de ajedrez que se acerca a lo exigido por Alain Turing (1912-1954) para certificar la inteligencia artificial: una máquina piensa si su interlocutor humano, comunicándose por escrito con ella y con otros seres humanos, es incapaz de distinguir la respueta de la máquina de las respuestas humanas. Al reproducir partidas entre Kaspárov y Deep Junior, los aficionados tendrían problemas para averiguar quién es quién.

Hasta hace poco, los programas como Fritz o Junior sólo hacían el trabajo sucio de los maestros.

Estos, apoyados por una base de datos con más de dos millones de partidas, preparaban combinaciones de gran belleza y las sometían al dictamen del programa.

Deep Junior ha aportado una sensible diferencia. Su décima jugada en la quinta partida de Nueva York causó el estupor en Kaspárov. Al sacrificar un alfil para atacar al rey del ruso sin calcular exactamente las consecuencias, la máquina aplicaba un concepto muy parecido al de la intuición y el riesgo.

En su casa, Kaspárov tiene varias computadoras funcionando 24 horas al día, analizando posiciones. De ahí que el electricista del hotel Aníbal tenga estos días una tarea prioritaria: comprobar que a los enchufes de la suite 103 le llegue la corriente. Es la de Kaspárov.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 13 de febrero de 2003