El sheriff, desafiante, con los brazos en jarras, está en medio de la polvorienta calle mayor. Mira sin ver a nadie. Ya ha sentenciado que los tiros van a empezar después del almuerzo, quiere acabar pronto y estar en casa a la hora de la cena. Pero él no va a disparar ni un solo tiro, para eso ha contratado a los matones. Sólo tiene que hacer una señal y ellos harán el trabajo y le traerán el botín. Qué extraña película del Oeste es esta en la que las gentes tendrán que salir de sus casas, cerrar el hotel y abandonar los negocios para pedirle al sheriff que les devuelva la estrella.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 16 de febrero de 2003