He aquí una de las experiencias más gratificantes en música: la reunión de tres intérpretes fuera de serie, más aún, auténticas primeras estrellas, para hacer música de cámara en su más íntima verdad. Y como la última veracidad de este género un día minoritario es precisamente esa intimidad, han de ser los intérpretes quienes la creen incluso en combate con la amplitud de una sala como la del auditorio, con un aforo que excede las 2.000 localidades.
Juventudes Musicales de Madrid
Rich Foundation.
Anne-Sophie Mutter (violinista); André Previn (pianista) y L. Harrell (violoncellista). Obras de Brahms y Mendelssohn. Auditorio Nacional. Madrid, 18 de febrero de 2003.
Tal ha sido el concierto superextraordinario al que asistimos ayer, convocados por las Juventudes Musicales de Madrid, en su continuada actividad y en su afán de obtener fondos para la creación de becas para estudios en el extranjero de jóvenes músicos. Por los conciertos mismos y por sus fines, el público responde siempre al llamamiento. Más aún si se alza con carácter de lección magistral.
Dos tríos inmersos en la gran ola romántica alemana conmovieron a la audiencia, considerada en bloque y en su significación individual. Insistir, a estas alturas, sobre la sensibilidad brahmsiana, la escondida y, sin embargo, impactante melancolía, la perfección del tejido instrumental, la belleza de los temas y su desarrollo evolutivo o el frescor de resonancias populares sería ocioso.
Resultó apasionante seguir tantos valores en este Trío en mayor, opus 8, escrito en 1853 por un Brahms veinteañero pero revisado profundamente en 1890, en plena madurez del genial hamburgués. André Previn, músico completo, toca el piano con primor de sonido poético y dominio de virtuoso, condiciones que resplandecen en la simpar Anne-Sophie Mutter y en el puro vuelo violoncellístico de Lynn Harrell, en el triple discurso sonoro en el que los silencios adquieren particular expectativa. La cobertura del conjunto se evidenció en Brahms o en el menos problemático Trío en Re menor, de 1939, transparente en su tejido, lúcido en su canto y aeriforme en el scherzo ligero y vivo, primo hermano de El sueño de una noche de estío. En resumen, una maravilla y un punto alto de nuestra temporada, especialmente valiosa en música de cámara, sustancia de toda música. El éxito fue total que nada afecta en mayor medida al oyente, como sentir que el mensaje llega individualizado y convincente.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 19 de febrero de 2003