El presidente del Tribunal Constitucional, Manuel Jiménez de Parga, se ha salvado por los pelos de su recusación en la Ley de Partidos, pero a costa de una seria fractura en la institución que preside. Es el primer y más ostensible estrago que cabe achacar a su notoria falta de contención verbal en asuntos susceptibles de llegar a su jurisdicción, como la posible ilegalización de Batasuna. En lugar de abstenerse, como habría sido lo más adecuado e incluso elegante, Jiménez de Parga optó por pasar la patata caliente a sus compañeros de tribunal, aun a riesgo de ponerlos en una situación incómoda.
Seis de los once magistrados que han deliberado sobre la recusación de su presidente, planteada por el Gobierno vasco en el recurso de inconstitucionalidad contra la Ley de Partidos, han considerado que la imparcialidad de Jiménez de Parga en este asunto no se ve alterada por su pronunciamiento público a favor de la ilegalizacion de Batasusa. Se trata, a su juicio, de casos distintos a tenor de una interpretación más bien literal de las causas legales de recusación. Pero lo grave es que cinco de sus compañeros -en una votación apretada como nunca en un caso parecido- hayan visto una innegable conexión entre uno y otro asunto. Desde luego, es difícil tener un juicio preconcebido a favor de la ilegalización de Batasuna y no tenerlo sobre la constitucionalidad de la Ley de Partidos, instrumento jurídico indispensable para conseguir aquélla.
Las dudas sobre la imparcialidad de Jiménez de Parga, producto de su afición a opinar de cuestiones sobre las que debe pronunciarse como juez, no desaparecen con el rechazo de su recusación. Y en tanto persistan no dejarán de deteriorar la imagen del tribunal que preside. ¿Cómo puede funcionar con el sosiego y la tranquilidad exigibles un tribunal que en poco tiempo se ha enfrentado a dos recusaciones de su presidente y arriesga varias más por sus juicios controvertidos sobre las nacionalidades históricas? Ostentar la presidencia del Constitucional obliga a determinadas contrapartidas que en el caso de Jiménez de Parga brillan por su ausencia.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 21 de febrero de 2003