Lo mío ya no es estupor, ni siquiera incredulidad; es indignación.
Que el señor Piqué, todo un ¿ministro? de ¿Ciencia y Tecnología?, se atreva a decir en el pleno del Senado (EL PAÍS, 13 de febrero) que el hecho de que el Prestige esté hundido a 3.600 metros de profundidad con 50.000 toneladas de fuel en sus tanques "es un problema perfectamente controlado, ínfimo, irrelevante", es, desde luego, digno de Kafka. Me gustaría saber cómo es posible que nadie haya dicho absolutamente nada (al menos, que yo sepa) respecto a tamaña desfachatez. Pero más me gustaría saber la contestación a dos preguntas.
Primera: ¿qué credibilidad les merece este señor y este ¿Gobierno? a los afectados directamente (gallegos, asturianos, cántabros y vascos), y a los afectados menos directamente (todo el resto de los españoles)?; y, segunda: si de verdad es un problema "perfectamente controlado, ínfimo e irrelevante", ¿por qué el Gobierno está pensando en gastarse (aparte de lo ya gastado) un mínimo de 200 millones de euros en un robot para intentar solucionar (y no es seguro que lo consiga) un problema tan controlado, tan ínfimo y tan irrelevante, y además tiene a toda una comisión de expertos estudiando a marchas forzadas qué soluciones se pueden aplicar y si son viables?
O algo no cuadra o el señor Piqué nos considera a todos verdaderamente torpes e ineptos.
¿Cuál de las dos, señor Piqué?
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 21 de febrero de 2003