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Crítica:ÉTNICA

En la fiesta de papá

Fiesta con papá Dibango. El camerunés concibe sus actuaciones como una celebración, un momento para pasarlo bien, y ése es el motivo principal por el que sigue tocando. Aunque Manu Dibango es cosa seria: un músico competente y un activista comprometido con la idea del panafricanismo -reunió en su disco Wakafrica a estrellas de toda África y organizó la grabación de Tam Tam pour l'Éthiopie durante una de las peores hambrunas en el cuerno de África-. Dibango es un pedazo de historia de la música africana moderna, uno de sus padres en el Viejo Continente, y quien puso los cimientos, junto al fallecido Fela Kuti, para el reencuentro del jazz con sus raíces.

Salió al escenario con su saxo lacado en blanco, gafas oscuras, sonrisa generosa y cráneo reluciente: imagen de marca de este casi septuagenario -cumplirá los 70 en diciembre-, que desembarcó en Marsella con apenas 15 años y Tres kilos de café -así se titula su autobiografía-, con los que poder pagar el primer plazo de su estancia como estudiante. Era el primer hombre negro que veían en el pueblecito francés de Saint-Calais.

Manu Dibango

Manu Dibango (saxo alto, marimba y voz), Nöel Ekwabi (bajo y voz), Jerry Malekani (guitarra eléctrica), Conti Bilong (percusión), Julien Agazar (teclados) y Delphine Eteme (voz). Círculo de Bellas Artes. Madrid, 20 de febrero.

Salió con el saxo, pero puso cara de haberse equivocado, dio marcha atrás y se refugió tras la marimba, con una baqueta en cada mano, para iniciar una especie de calipso. Antes, sus cuatro músicos habían estado tocando jazz afro (o afrijazzy, en el vocabulario dibangués), con el indispensable Malekani a la guitarra y un bajista de la sensacional escuela camerunesa, o sea, sonido Pastorius e inflexiones vocales a lo Lokua Kanza. Éste en cuestión se llama Navidad, y de las clavijas de su bajo colgaba un muñequito vestido de Papá Noel.

Amplio y cálido

No tardó en acordarse Manu Dibango de ese saxo alto que en sus labios suena amplio y cálido. Tocaron un número de Dizzy Gillespie y Chano Pozo, de los años cuarenta, cuando el trompetista se acercó a la música de Cuba de la mano del conguero. Los africanos imprimen un color especial a todo lo cubano. Basta escuchar discos de la Orchestra Baobab o de la serie Africando para comprobarlo. En cuanto al jazz de Dibango, es el de espíritu festivo, el que primero fue música de baile para regocijo de hijos y nietos de las víctimas de la esclavitud. También hicieron un tema de sus primos de Guadalupe y Martinica, herencia de aquellos bailes antillanos del París de principios de siglo. Y la cantante ofreció Malaika -una canción de amor en suajili, popularizada en su día por Miriam Makeba-, mientras el bueno de Manu se tomaba un pequeño respiro.

La fiesta panafricana terminó con una versión actualizada de su famoso Soul makossa ("mama ma mama ma mamakossa..."), que él unió con A love supreme, de Coltrane. Sus dos amores: el jazz y África.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 22 de febrero de 2003