De nuevo me veo escribiendo tras un desgraciado y nuevo accidente en el que han muerto dos cicloturistas más. Llevaban casco, iban por el arcén... y están muertos. Un conductor demasiado confiado, un coche a demasiada velocidad, un pequeño despiste... y dos familias destrozadas para siempre. ¿En verdad cuesta tanto conducir como es debido? ¿Por qué permitimos que se juegue a ser piloto de rallies en las carreteras? ¿Por qué no recriminamos a aquellos que alardean de conducir rápido? ¿Por qué, sencillamente, no pensamos en los demás y nos ponemos en su lugar? Ya sé que nadie escarmienta en cabeza ajena, pero espero que a algunos de estos accidentes sin sentido les hagan reflexionar antes de volver a conducir como descerebrados.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 27 de febrero de 2003