Como ex coordinador de la sección de inglés de la Escuela de Idiomas Modernos de la Universidad de Barcelona (1976-1980), me siento obligado a expresar mi opinión acerca de los recientes acontecimientos en la historia de dicha institución. En los últimos años, la matrícula anual nunca ha bajado de 5.000 alumnos, y en algún momento, por falta de plazas, la escuela se ha visto obligada a rechazar la inscripción de personas interesadas en seguir sus cursos. Ahora parece que, a pesar del número tan elevado de alumnos, la institución tiene dificultades económicas. Estas estrecheces, por lo visto, debe subsanarlas el profesorado, cuya carga docente no puede aumentarse sin que merme la calidad profesional que ha sido norma de la casa desde su fundación en 1953 por el doctor Ramón Carnicer. Durante todos estos años, la escuela ha servido a todas las facultades universitarias y ha funcionado a plena satisfacción de los estudiantes ofreciendo nada menos que entre 8 y 12 idiomas, según el año y la demanda.
Dadas estas circunstancias, me asombra que no intervenga la Generalitat para apoyar a tal institución universitaria, aunque sí está dispuesta a suministrar oxígeno a academias del sector privado.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 1 de marzo de 2003