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COLUMNA

Encarni

Encarni, para quienes no la conozcan de nada, es difícil de describir. Se trata de una señora tan normal como la gente normal pero entrometida y simpática. Tan vistosamente simpática que se ha convertido en un personaje de la televisión. ¿Exagerado? Encarni podría de sobra acreditarse como la verdadera madre de la verdadera Patricia, personaje a su vez verdadero de Gran Hermano III, pero es ya mucho más. Posee un carácter fuerte y un rostro radiante que, acicalado, combina los rasgos de Madonna, Melanie Griffith y Marisol, en proporciones que discute pormenorizadamente la audiencia. A su lado, la superfamiliar Yola Berrocal, el apuesto Frank Francés, profesor de pádel y amante de diversas mujeres casadas, Aramis Fuster, bruja que orienta el juicio de Bush, y otros seres normales o paranormales, se exponen juntos en un programa de Tele 5 estrenado anteayer. ¿Méritos para ser televisados? Pertenecer a una realidad cuyo fenómeno determinante es hacerse famoso sin logro alguno; sólo con el no logro de prender en un medio allanado hasta la cota más inmediata de su estrecho público. El espacio, el reality show, el teleprograma o lo que esto sea, se conmuta fácilmente en telerrealidad o en realidad televisada, lo mismo da. A la realización se la conoce por un título hortera (Hotel Glamour) y se localiza en un recinto de cinco estrellas. Pero, aparte de tales aderezos, lo que interesa es ver cómo esa gente que no son nada -de acuerdo incluso a sus mismas confesiones- resultan figuras del espectáculo. Un espectáculo que abre una auténtica etapa en la historia universal de la democracia. Encarni, Yola, Frank, Juan Miguel (peluquero y ex marido de Karina), Dinio (ex de Marujita Díaz), Tamara (cantante cutre-luxe), Pocholo Martínez Bordiú y tres más, forman un grupo cuyo denominador común no será la excelencia, sino el accidente. No son famosos por acumular éxitos profesionales ni millones de euros, sino por dar juego casual al vecindario. Juego dentro de la normalidad y sin destruirla; juego aderezando lugares comunes y sin amargarlos; juego, en fin, con espectadores desgastados en sus estancos cuartos de estar y ávidos por recobrar la trápala del patio vecinal en el vocerío aldeano de la pantalla. Encarni.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 8 de marzo de 2003