Creer en la representatividad de las democracias se está convirtiendo en una cuestión de fe, pero creer en la responsabilidad del Gobierno es una tremenda quijotada. Millones de personas estamos saliendo a la calle para manifestar políticamente nuestro no a la guerra. El Gobierno de Aznar nos ignora. Frente a la decisión de apoyar o no una guerra, ¿sería adecuado un referéndum? Parece que no. La política es compleja.
Además, ¿cuánto cuesta un referéndum? No lo sé. Tampoco sé lo que nos costará reconstruir Irak, ni a cómo se cotiza la vida de las víctimas civiles. Frente a las urnas realizo un ejercicio de resignación ante los deseos de una mayoría a la que ni conozco ni comprendo.
Aceptar esa premisa, parece ser, es lo que me acredita democráticamente para exigir responsabilidades políticas. Y entre las responsabilidades de un Gobierno debe ser preferente el hecho de dar cuentas de su gestión a la ciudadanía.
El Gobierno guarda silencio. ¿Cómo pedirles una gestión responsable cuando son incapaces de mostrar un mínimo de seriedad? Es bochornoso que una sesión parlamentaria acabe en aplausos cuando lo que se ha votado implicará la muerte de miles de personas.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 9 de marzo de 2003