El empuje trágico y la simplicidad de construcción de Narc, filme estadounidense rodado en poco más de 20 días y hecho con poco dinero y mucho talento, se hace evidente en la primera escena -un veloz, frenético y abrupto arranque cámara en mano, sobre imágenes casi quemadas-, que es un brote de violencia que mueve y combina con soltura, precisión y un delicado equilibrio entre verismo y metáfora, el documento y la tragedia.
En esa primera escena, su director y escritor, Joe Carnahan, se la juega, ya que elige como itinerario del filme la línea de mayor resistencia, la que ofrece más dificultades. Y, con aliento suicida, comienza Carnahan a filmar el suceso por su cumbre, por arriba del todo, por la mismísima cresta de la ola, para que desde el suelo se toque el techo del relato y el crescendo de la intriga siga, pese a comenzar por todo lo alto, su vuelo más y más hacia arriba, hazaña que Carnahan consigue, convirtiendo a Narc en un caso ejemplar de cine pobre lleno de riqueza.
NARC
Director: Joe Carnahan. Intérpretes: Dan Leis, Ray Liotta, Jason Patric, Lloyd Adams, Chi McBride.
Género: Drama / thriller, EE UU, 2002.
Duración: 102 minutos.
El arranque de Narc dispara un despliegue de violencia tan directa, y con tanta y tan salvaje fisicidad, que no es olvidable y, tras producirse, gravita -en la memoria del espectrador y en la de la cámara, que suelta de vez en cuando vigorosos fogonazos de rememoración o de flash back- sobre toda la película y sólo al final cede su presión y deja que el presente intente barrer en su fase final el rastro de la violencia inicial recordada, cosa que -y éste es el punto debil de este humilde thriller fuerte- sólo consigue a medias.
Rodada con cámara documental, sobre colores de gran crudeza, premeditadamente toscos y carentes de pulimento, Narc nos embarca en un viaje a los vertederos y subterráneos de la vida urbana. Y no acude a trampas estéticas adecentadoras de lo violento y lo siniestro, sino que huye del énfasis, sortea la tentación retórica y propone una mirada recta a un mundo sucio, áspero, incómodo, feo y maloliente, pero cercano, que nada tiene que ver con la mierda perfumada que llena a los Seven y otras imposturas de turno.
La cruel y magistral escena del arresto de los dos camellos, que abre la zona de desenlace, abre también la puerta al entendimiento de las claves del rechazo de Joe Carnahan a las facilidades del maniqueísmo. Porque allí se pone a las claras lo que oscuramente palpita a lo largo de Narc, que no es una historia de buenos y malos, o de escorias y glorias, sino una cala sin anteojeras protectoras, febril y dolorida, en un estercolero cotidiano, un pudridero humano que esconde con rectitud de documento la lógica, o ilógica, del thriller.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 14 de marzo de 2003