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COLUMNA

De espaldas a la realidad

Fue una lástima que los ministros enviados por el Partido Popular para celebrar el Día de la Mujer Trabajadora se presentaran en Alicante un sábado. Es cierto que de esta manera se dieron un baño de militantes pero, fuera de esa anécdota electoral, no creo que el viaje les deparara mayor utilidad. De aparecer cualquier otro día de la semana, hubieran podido asistir al juicio del caso Ardystil, una acción mucho más adecuada, en mi opinión, para celebrar a la mujer trabajadora. De esa manera habrían obtenido, además, una información de primera mano sobre las condiciones en que trabajan muchas mujeres en nuestro país que, me temo, desconocen.

El problema de nuestros ministros, como el de nuestras autoridades, en general, es que tienen poca información directa de lo que sucede en la calle. Leen a diario páginas y más páginas de memorias y resúmenes que les preparan sus ayudantes pero, pese a tantas lecturas, la realidad, por así decirlo, se les escapa. Como se les escapaba, al parecer, a esos inspectores de Trabajo que acudían a las industrias donde se manejaban los aerógrafos sin advertir jamás en ellas nada sospechoso. Sin duda, estos inspectores eran personas capaces, preparadas, personas con experiencia que conocían la legislación y deseaban hacerla cumplir. Sin embargo, visitaban esas industrias y, por unas cosas u otras, no advertían lo que allí sucedía. Y es que la realidad se muestra siempre elusiva a los ojos de la autoridad.

Reparemos, por un momento, en el consejero Serafín Castellano. Es evidente que el señor Castellano tiene una excelente opinión del funcionamiento de la sanidad pública valenciana, que él dirige. Al menos, así nos lo recuerda una incesante publicidad que expone los logros de la Consejería. Si Serafín Castellano fuera atendido alguna vez como esos pacientes de La Vila Joiosa que los médicos deben despachar en unos segundos, es posible que percibiera la realidad de la Consejería de Sanidad y variara su rumbo sin perder un instante. Dado que es improbable que Castellano sea tratado jamás como un paciente cualquiera, mantendrá su concepción ideal de la sanidad pública por tiempo indefinido y nosotros padeceremos sus consecuencias.

En mi juventud, se alababa mucho a los ingenieros alemanes, en contraposición a los españoles. Si se estropeaba una máquina -decían- el ingeniero alemán se pone el mono y de inmediato baja al foso para arreglarla. En cambio, ante esa misma situación -se aseguraba-, el ingeniero español permanece en su oficina, sin desprenderse de la americana, dibujando sobre un papel cómo hay que arreglar la máquina. Tengo la impresión de que nuestras autoridades actúan hoy como aquellos ingenieros españoles de 40 años atrás. Se pasan la vida en sus despachos ordenando el país, pero ignoran lo que sucede en la calle. De aquí sobrevienen, me parece a mí, tantos desencuentros. Quizá deban pasar otros 40 años para que, con una democracia ya madura, nuestros políticos accedan a ponerse el mono y mancharse de vez en cuando con la realidad. Hasta entonces, me temo que deberemos conformarnos con celebrar el Día de la Mujer Trabajadora convertido en mitin electoral.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 14 de marzo de 2003