Ese nombre, el de Justin Gatlin, conviene tenerlo en cuenta para los próximos años. En el velocista estadounidense se adivinan las maneras de los atletas que van directos a por las medallas de oro y los récords mundiales. Algún día se comentará que su reinado se inició en Birmingham, ante un público entusiasta que quería creer en la victoria de alguno de los suyos, de Jason Gardener o Mark Lewis Francis. No hubo manera. Justin Gatlin, un chico de 21 años que recuerda en sus rasgos al actor Will Smith, ganó con la contundencia de quienes no admiten amenazas. Está claro que ha nacido una estrella.
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Gatlin nunca había viajado fuera de Estados Unidos. En la serie matinal tenía el rostro de un muchacho perdido. Miraba a su alrededor con timidez, sorprendido en un escenario que iba a requerir de él la máxima determinación. El mundo de la velocidad suele ser terreno abonado para gente arrogante, y ahora mismo Gatlin es un aprendiz que en nada recuerda a Maurice Greene, John Drummond, Bernard Williams y tantos otros excesivos. Lo que sí tiene es el gen de la velocidad. Novato o no, el joven atleta de Florida (21 años) es un portento de inmensas posibilidades.
Ganó con una facilidad extraordinaria. Ni Kim Collins, ni Gardener, ni Lewis Francis, tres atletas de gran prestigio, le pusieron en apuros. Compitió con frialdad y clase, sin dejarse llevarse por la vena teatral que tantas veces estraga en los velocistas. Desconocido en Europa, había un interés máximo por observar sus condiciones. De físico esbelto, sin la tipología abrumadora de Maurice Greene o Dwain Chambers, dio la impresión de estar poco trabajado en el gimnasio. Con su 1,83, culón como buen velocista, de piernas largas, recuerda algo a Carl Lewis, aunque su estilo es muy diferente. Levanta menos las piernas, pero su pie es eléctrico. Algunos entrenadores comentaban maravillados la calidad de su tobillo.
Nadie le contestó en la final. Venció con una marca de 6,47 segundos, buena pero no excepcional. El registro valió menos que la impresión que dejó Gatlin. Quedó claro que la distancia se le queda corta. Es un hombre que valdrá para los 100 y para los 200 metros, su distancia preferida en sus dos años en la Universidad de Tennessee. Pero la gloria y el dinero está en el 100. Por si no lo sabe, dos hombres se encargarán de recordárselo. Uno es Trevor Graham, su reciente entrenador; el otro, Charlie Wells, su primer agente como profesional. Graham había dirigido en los últimos años a Marion Jones y Tim Montgomery, protagonistas de un motín que había terminado en el abandono de ambos. Se fueron de Carolina del Norte y dejaron a su entrenador en una incómodo posición que Gatlin se ha encargado de arreglar. Graham no tendrá al plusmarquista mundial (Montgomery), pero cuenta con su sucesor in pectore.
Había que ver al entrenador y al agente repartiendo tarjetas. Venían prevenidos porque sacaron un buen fajo de sus bolsillos ante la insistencia de los periodistas, que querían citarse lo antes posible con los hombre que llevan los destinos del purasangre. En el aire flota la idea de que Gatlin puede comprometer seriamente a Tim Montgomery y Maurice Greene. Le falta trabajar el físico y, desde luego, está lejos de la edad ideal de un velocista. Lo que no le falta es la calidad natural. Es el último de la fabulosa saga de atletas estadounidenses que aparecen repentinamente en el escenario y se convierten en héroes de la pista.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 15 de marzo de 2003