"!Con el número 1, Molina!". Desde el 6 de octubre del año pasado, no se oía esa frase por la megafonía de Riazor. Y cuando el locutor empezó a recitar la alineación del Deportivo, se detuvo en el nombre del portero y dejó que el estadio se extendiese en una larga aclamación. Dos meses después de su vuelta a los entrenamientos, Molina se puso otra vez bajo los palos. Todavía con alguna secuela física por los efectos secundarios de la quimioterapia que se le aplicó para combatir un cáncer testicular, el portero recibió el homenaje de Riazor con su discreción habitual. Aplaudió tímidamente para agradecer el gesto de la grada y de inmediato se fue corriendo a su portería. Gritó un "!vamos, vamos!" a todos sus compañeros, y allí se plantó con su gesto de siempre, entre huraño y reconcentrado.
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Parecía tranquilo, pero todo era un disfraz. "Nunca en mi carrera había estado tan nervioso", confesó al acabar el partido. "He tenido muchos más nervios que el día que debuté en Primera. La gente, con sus aplausos, me metió presión, porque yo quería mostrarles mi agradecimiento". ¿Le pasaron muchas imágenes por la cabeza?. "Pues no, la verdad. Sólo pensaba en el partido y en hacerlo bien".
Molina debió ser el primer sorprendido al oír las palabras de su entrenador, Javier Irureta, el pasado viernes, cuando ya insinuaba que el recuperado guardameta podría ser titular anoche. El jueves, de madrugada, un somnoliento Molina aguardaba para recoger el equipaje en el aeropuerto de Santiago tras el viaje de vuelta de Turín, donde se había sentado por primera vez en el banquillo y fue testigo de la eliminación de su equipo de la Liga de Campeones. Un compañero se acercó y le susurró: "¿Qué? ¿Te tocará el sábado contra el Rayo?". El portero sonrió. "No creo", le dijo. "Igual contra el Manchester".
El duelo ante los ingleses, el próximo martes, que supondrá la despedida del Depor de la Copa de Europa, parecía la ocasión ideal para el retorno. El equipo ya no se juega nada, y Molina podría reaparecer sin ningún tipo de presión. Pero el mensaje de Irureta ha sido claro: necesita a Molina para el tramo final de la Liga, en el que intentará luchar por el título. Y pese a su fama de reticente para reincorporar al equipo a los que llevan tiempo lesionados -Valerón sigue en el banquillo un mes después de recibir el alta-, el entrenador le ha hecho jugar de inmediato. "Era un buen día para el reencuentro, que yo quería que fuese en Riazor", explicó Irureta al final del partido.
Estos días, a Molina ya le empezaba a devorar el gusanillo. Las enfermedades graves siempre cambian a las personas y les hacen descubrir deseos ocultos. Al portero valenciano le devolvió el gusto por el fútbol. Cuando regresó a la capital gallega después del tratamiento, hizo una confesión ante la prensa: "Estaba pensando en dejar el fútbol, me había cansado un poco. Pero ahora he recuperado el gusto por jugar". Un frase muy propia de él, un bicho raro para los usos del fútbol, un tipo solitario que huye de los corrillos y que no se rodea del divismo tan acusado en otros. Pero una experiencia vital tan honda le devolvió el gusto por su profesión, y la víspera del partido de Turín confesaba a los periodistas, con ese estilo franco y directo que le distingue: "La verdad es que me jode estar aquí y no jugar".
Mientras estuvo enfermo, su obsesión fue que la prensa le dejase tranquilo y que nadie pretendiese comerciar con los detalles morbosos de su enfermedad. Anoche parecía azorado con las ovaciones y tan sereno como el día que anunció que tenía un cáncer. Pero los nervios le comían por dentro. "Ha sido un gran día", sentenció a la conclusión; "pero aún no tengo una conciencia muy clara de ello. Necesito tiempo para asimilarlo. Quizá me dé cuenta esta noche cuando llegue a casa".
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 16 de marzo de 2003