El primer ministro británico, Tony Blair, que vivió ayer una primera aunque quizá última fuga en su Gabinete con la marcha de Robin Cook, ha recurrido al arma preferida de los tabloides británicos: echarle a Francia la culpa de todos los males. Desde Naciones Unidas hasta Downing Street y los Comunes, los ataques de Londres a París alcanzaron ayer una virulencia nunca vista en estas semanas de crisis. Todas las armas parecen buenas no sólo para desarmar a Sadam, sino para ganar esta noche la crucial votación que seguirá al debate de los Comunes sobre la guerra.
Quizá la apelación de Blair a los sentimientos nacionalistas y antifranceses se explique porque le permiten diluir la evidencia de que los tres de las Azores no tenían los votos suficientes en el Consejo de Seguridad. O por la importancia de la cita de hoy, quizá la más difícil de su carrera política, que le impulsa a buscar apoyos como sea para frenar a los rebeldes laboristas. Y es que Blair, cuyo semblante atormentado en vísperas de la guerra contrastaba en Azores con la seguridad de George W. Bush y la satisfecha sonrisa de José María Aznar, se juega su futuro político.
En una prueba de la importancia que aún tiene el Parlamento y de la libertad de espíritu de los partidos políticos británicos, los Comunes vivirán esta noche una votación crucial sobre la guerra. Legalmente no es necesaria, porque es el primer ministro, con los poderes que le delega la Reina, quien decide si las tropas entran en acción. Pero es políticamente imposible que eso ocurra sin el visto bueno del Parlamento en un conflicto que divide dramáticamente a la opinión pública británica y al Partido Laborista. En el remoto caso de que el Gobierno fuera derrotado o tuviera en contra a los diputados laboristas, Blair se vería obligado a renunciar.
La división es menos dramática en el seno del Gabinete. Clare Short, la ministra de Cooperación, que hace una semana amenazó con dimitir, hizo saber que esta noche consultará su decisión con la almohada. Menos dudas ha tenido el veterano Robin Cook, un político en declive, pero respetado parlamentario, ministro de Exteriores en 1997 y degradado a líder de los Comunes -algo así como ministro del Parlamento- tras las elecciones de 2001.
Cook, que dimitió ayer, se despidió con una declaración en los Comunes en la que, aunque respaldó el liderazgo de Blair, explicó con serena lucidez por qué se opone a una guerra que divide a la UE, a la OTAN y al Consejo de Seguridad. En su intervención fue desmontando uno tras otro los argumentos del que era su Gobierno y, en su carta de dimisión, consideró "contrario a los intereses británicos crear el precedente de una acción militar unilateral" y lamentó que "una vez más Gran Bretaña se aleje de sus principales vecinos europeos".
Ese alejamiento, al menos respecto a Francia, fue azuzado ayer por el Gobierno de Tony Blair. Primero fue el embajador en la ONU quien acusó a Francia, sin nombrarla, del fracaso de la diplomacia. A media tarde fue el Gobierno en pleno el que cargó contra el francés a través de una nota leída por el viceprimer ministro, John Prescott, a las puertas de Downing Street para dar cuenta de la reunión de urgencia mantenida por el Gabinete.
En apenas dos minutos, Prescott lanzó tres reproches a sus vecinos. Lamentó "profundamente que la intransigencia francesa y el incumplimiento iraquí nos deje sin más opción que dar por acabadas las discusiones sobre una resolución" y denunció que su respuesta a Sadam es "más discusiones, y por tanto, más tiempo, sin ningún compromiso sobre acción militar".
Por si las dudas, Prescott lanzó también una acusación concreta y grave: "El primer ministro acaba de decir al Gabinete que si la comunidad internacional hubiera permanecido unida podríamos haber desarmado a Sadam sin un solo disparo". Los ataques a Francia continuaron por la noche en la comparecencia del ministro de Exteriores, Jack Straw, en los Comunes.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 18 de marzo de 2003