El domingo 16, por la noche, mientras George W. Bush regresaba a Washington desde las islas Azores, los tres patrocinadores de la resolución favorable a la guerra contra Irak -Estados Unidos, Reino Unido y España- se dividieron las llamadas telefónicas. La ministra española de Exteriores, Ana Palacio, llamó por teléfono a la ministra chilena Soledad Alvear a Santiago y le informó de que se estaba pensando en añadir a la resolución que vencía ayer lunes 17 un plazo de 48 horas, el ultimátum definitivo a Irak. La ministra le respondió que el presidente chileno, Ricardo Lagos, ya había fijado su posición y que era inamovible.
El embajador británico ante Naciones Unidas, Jeremy Greenstock, desde Nueva York hizo lo que la Administración de Bush consideraba uno de los contactos cruciales, la última esperanza blanca. Llamó al embajador mexicano ante la ONU, Adolfo Aguilar Zínser. Le explicó que la resolución pendiente podía tener un plazo de 48 horas o incluso algunos días más si es que México se unía. Aguilar Zínser le explicó que ya el presidente Vicente Fox había expresado a Bush su decisión de no apoyar la propuesta. Se despidieron después de dar algunas vueltas al asunto.
Greenstock informó, según fuentes diplomáticas solventes, al embajador norteamericano ante la ONU, John Negroponte, tarde en la noche del domingo. Las gestiones de Ana Palacio no habían dado resultado alguno y el embajador de México no se movía de su posición. Negroponte, según las fuentes, dijo que entonces ya no había nada que hacer. Si ni México ni Chile pasaban por el aro, los países africanos -Camerún, Angola, y Guinea- no cambiarían el voto. El embajador de Pakistán, por su parte, informó de que tampoco apoyaría una resolución que autorizaba la guerra contra Irak.
Bush, que mantuvo conversaciones telefónicas con Blair y Aznar avanzada la noche, llegó a la conclusión de que presentar a votación la resolución suponía exponerse a una derrota humillante: 11 a 4. El único voto con el que contaban EE UU, Reino Unido y España era Bulgaria.
Los embajadores de los países miembros del Consejo de Seguridad no tuvieron filtración alguna sobre lo que habían acordado en la noche, tarde, Bush, Blair y Aznar. Se marcharon a dormir sin saber qué les depararía la jornada del día 17 de marzo.
Nada más llegar a sus misiones, antes de acudir a una reunión consultiva convocada para las 10 de la mañana hora de Nueva York (las cuatro de la tarde hora peninsular española), los embajadores tenían un mensaje. El embajador Greenstock había mandado llamar a su alterno en Naciones Unidas para informar de que la resolución pendiente, apoyada por los patrocinadores, no se llevaría a votación. Los nueve votos necesarios para conseguir la mayoría "moral", según sus promotores, eran inalcanzables.
La actitud de México, según fuentes diplomáticas, fue decisiva. Porque, con Chile y México en contra, ninguno de los demás países estaba dispuesto a cambiar de posición y apoyar a EE UU.
La noche del domingo al lunes, madrugada hora peninsular española, el embajador español ante la ONU, Inocencio Arias, dijo a este periódico que no conocía la situación. "Estoy esperando instrucciones de Madrid", señaló. A esas alturas, Bush ya había bajado el dedo pulgar. La culpa, acordaron Bush, Blair y Aznar, era de Francia, país que había anunciado el veto.
Palacio, que debía aportar los votos favorables de México y Chile, había fracasado. Pero eso ya estaba claro hacía al menos 10 días. El viernes 7, según fuentes solventes, la ministra Palacio intentó que México fuera el cuarto patrocinador -junto con Estados Unidos, Reino Unido y España- del ultimátum del 17 de marzo. México se negó y se volvió a mantener el domingo por la noche cuando Greenstock llamó al embajador Aguilar Zínser. Y en la mañana de ayer, antes de la decisión, Palacio volvió a hablar con el ministro de Relaciones Exteriores mexicano, Ernesto Derbez. Volvió a decir que no.
Bush siempre sostuvo que quería el voto en el Consejo de Seguridad a pesar de que Francia vetara la resolución porque estaba seguro de conseguir una mayoría de nueve votos. Ayer, el argumento -cara a la galería- por el cual EE UU decidió tirar la toalla fue justamente el contrario al que venía sosteniendo hasta un minuto antes. La culpa, dijeron Greenstock y Negroponte, la tiene Francia.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 18 de marzo de 2003