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Crítica:DANZA | BALLET NACIONAL DE ESPAÑA

Pocas luces

Vivir de recuerdos es útil siempre que hubiera algo que recordar. Los recuerdos y el esplendor pasado es, hoy por hoy, lo único que tiene el Ballet Nacional de España (BNE) para acercarse más o menos a un nivel aceptable a la celebración de su 25º aniversario.

La situación es francamente preocupante: no hay primeras figuras; se baila de manera mecanicista y ruda, con bastantes descuidos estilísticos, como a trazos gruesos. Tampoco hay el vuelo y el lirismo que pide el género clásico español, sino recursos de efectos y afectación, con líneas poco convincentes.

Ballet Nacional de España

Danza y tronío: Mariemma/Soler, Bocherini y García Abril; Flamenco: Manolete, Güito e Isabel Bayón; Medea: José Granero/Manolo Sanlúcar. Dirección de Orquesta: A. Zarzo. Teatro Real, Madrid. 18 de marzo.

Danza y tronío merece un tratamiento más refinado y los fragmentos de baile flamenco presentados sólo tuvieron emoción, cuando dos grandes como son Manolete y El Güito brindaron su buen hacer vernáculo. De las guajiras mejor no recordar nada, como de la pedante presencia de una inoportuna flauta y de un tambor africano. Pero al final de la velada con Medea llegó la brillantez de un verdadero clásico, y algo de redención a una velada con pocas luces. Puede asegurarse que fue la noche de Maribel Gallardo, y que de su regreso excepcional a estas funciones debemos estar todos más que agradecidos, pues su Medea de hoy rezuma madurez, concentración y verdadera densidad trágica. Estas dos grandes obras proceden de cuando María de Ávila se empeñó con toda razón en dotar a la compañía de un empaque coral, sinfónico y estilísticamente variado. Eran otros tiempos y otros bailarines, quizá con otras motivaciones y otro rigor escénico que hoy deben de alguna manera ser retomados.

Volviendo a las intervenciones de Manolete y El Güito (miembros fundadores de la compañía titular española) hay que apuntar, como sigue siendo una verdad como un templo, que el flamenco necesita de personalidades fuertes y muy dibujadas; Manolete sigue entregándose, y por su parte El Güito mantiene ese fuste elegante de siempre.

Cabe preguntarse también por qué en 25 años hay tanta precariedad en la conservación y estabilización de un repertorio propio y meritorio; habría que preguntarse también por qué reina la dispersión generacional.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 19 de marzo de 2003