¿Ha sido Lajes un nuevo Yalta? 24 horas después de concluida la cumbre del pasado domingo en Azores, el discurso de George W. Bush en la madrugada de ayer dejó reducida la pregunta a sus justas proporciones: un chiste. Al encuentro del presidente de Estados Unidos y sus homólogos del Reino Unido y España, con Portugal en calidad de comparsa, no se le dio ni siquiera la oportunidad de escenificar algún evento dramático, de improbable relevancia histórica, como el abandono por los tres del marco de la ONU o la formulación del ultimátum. Es Bush, y sólo Bush, quien ha puesto contra la pared a Sadam Husein, confirmando, además, en el último minuto, un cambio de cartas, al fijar el exilio del dictador como condición para evitar el ataque, que complica las posiciones jurídicas de sus amigos.
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Podía pensarse que el aplazamiento en 24 horas del anuncio de unas decisiones que eran firmes antes de que los líderes llegaran a la isla de Terceira respondía a una deferencia con Tony Blair y su necesidad de agotar todos los plazos por problemas políticos internos, pese a la frustración de José María Aznar, que pedía consecuencias más firmes para su debú en el olimpo de los políticos. Visto lo ocurrido después, hay que concluir que no fue así, que la cumbre de Lajes fue, efectivamente, la escenificación de la nada, de la nula capacidad de convocatoria de Bush en esta campaña, como han subrayado los medios norteamericanos. Era mejor que el presidente de EE UU asumiera sus responsabilidades históricas en solitario, antes que expresarlas en ese marco.
Tampoco se podía esperar otra cosa. No hace falta comparar a los reunidos en Azores con Roosevelt, Churchill y Stalin, porque es evidente que, ni siquiera en la era de la hiperpotencia, pueden el Reino Unido o España aportar gran cosa a una redefinición estratégica del mundo en ausencia de países relevantes. Claro que tampoco la guerra declarada a Irak es la Gran Guerra. Desde la guerra del Golfo, se sabe que la madre de todas las batallas sólo existe en la imaginación de Sadam Husein y que, tras la cabalgata americana, la guerra real de Oriente Próximo proseguirá por vericuetos más profundos.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 19 de marzo de 2003