El presidente del Gobierno, José María Aznar, llegó ayer a Bruselas con la determinación de enterrar la polémica que su apoyo a EE UU en la crisis de Irak ha suscitado en la Unión Europea, pero pronto constató que la tarea no es fácil. Las divergencias se pusieron de manifiesto desde la reunión previa de los socios del Partido Popular Europeo, que registró como única ausencia la del primer ministro francés, Jean-Pierre Raffarin. Luego, al comenzar al Consejo Europeo, Aznar dio una imagen de aislamiento.
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El presidente entró en la sala de trabajo y se sentó en el sitio asignado sin saludar más que, de pasada, a su colega finlandés, Paavo Lipponen, y al belga, Guy Verhofstadt. Mientras, los demás líderes europeos hacían corrillos. Aznar siguió sentado, junto a la ministra de Exteriores, Ana Palacio, hasta que el presidente de la Comisión, Romano Prodi, le puso una mano en la espalda. Aznar habló a Prodi de los países latinoamericanos que han suscrito la declaración política de las Azores, y luego abandonó su sitio para saludar al primer ministro británico, Tony Blair, que le mencionó sus problemas políticos. Finalmente, se acercó y dio la mano de modo fugaz al presidente francés, Jacques Chirac, aprovechando que éste acababa de saludar a Palacio afablemente.
El presidente español confía, sin embargo, según sus colaboradores, en que una vez consumado el ataque, franceses y alemanes, como disidentes, deberían tener incluso más interés que él en dejar atrás una polémica sobre la que ya parece haberse dicho todo, y hablar del futuro. Como claves de ese futuro, Aznar destaca que Europa se comprometa en la reconstrucción de Irak y en la solución del conflicto de Oriente Próximo.
No es fácil, sin embargo, hablar de la reconstrucción cuando el rechazo de un ataque apenas desencadenado está tan vivo. Ni siquiera sus correligionarios se privaron ayer de manifestarse al respecto. Jean Claude Juncker,primer ministro luxemburgués, dijo, por ejemplo, al entrar en la reunión del PPE, que "no" estaba de acuerdo con la guerra y que ayer era un día triste. El primer ministro austriaco, Wolfgang Schüssel, se manifestó en el mismo sentido. Los líderes del centro-derecha, entre los que estaban el italiano Silvio Berlusconi y el portugués José Manuel Durão Barroso, ni siquiera bajaron al jardín a hacerse la tradicional foto de familia.
Al final, el PPE aprobó una declaración muy en línea con las pretensiones de Aznar, que comenzaba diciendo "en estas difíciles circunstancias", allí donde el borrador recordaba que "la guerra es siempre un gran fracaso". Juncker abandonó la reunión antes de que el documento fuera publicado. La declaración llama a devolver su "papel central" al Consejo de Seguridad, a reforzar el vínculo transatlántico "sobre una base de lealtad", a desarrollar la política exterior europea y a relanzar el proceso de paz en Oriente Próximo y la amistad con los países árabes.
Las mismas ideas, cuya paternidad los portavoces de Aznar insisten en atribuir al presidente, vertebran la declaración conjunta alcanzada anoche por el Consejo Europeo. Pero las dificultades que tendrá que afrontar el jefe del Gobierno para que cicatricen las heridas que la crisis ha dejado en sus relaciones europeas son mayores. Lo mismo puede decirse en el plano interno español.
La ministra Ana Palacio dijo anoche que, aunque no las conocía en su totalidad, las declaraciones del líder de PSOE, José Luis Rodríguez Zapatero, en relación con el llamamiento de Aznar a buscar espacios de acuerdo, le habían "sorprendido". "No me parece razonable ni serio lo que dice", comentó. Palacio añadió que está de acuerdo con la propuesta de su colega francés, Dominique de Villepin, de que se convoque una conferencia de paz para Oriente Próximo, si bien recordó que "España no renuncia a ser sede de ese encuentro".
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 21 de marzo de 2003