Hace unos meses, en este mismo diario, escribí un artículo que titulé "Puerta y Puente". En aquel comentario, surgido como consecuencia de una intervención de Manuel Chaves en los Alcázares de Sevilla, me felicitaba como andaluz por la apuesta que hizo el presidente a favor del Magreb. Andalucía -dijo entonces- es la entrada del Magreb en Europa. Hoy cobran especial vigencia sus palabras. Su apuesta decidida a favor de una cooperación con Marruecos y su llamada a la movilización de todos contra la guerra las hacen verdad. Una verdad cada vez más necesaria. No cabe seguir aceptando que se diga desde los máximos representantes del Gobierno de la nación -marido y mujer- que inmigración y delincuencia son la misma cosa. No cabe seguir cerrando los ojos a las muertes quemadas de los mojados en nuestras prisiones. No cabe mirar los muertos iraquíes como si fuera virtuales, como tampoco nuestro alejamiento de la Europa más civilizada y de los organismos internacionales. Ya nos dejó sin ella un general y, ahora, lo está haciendo el presidente de un Gobierno aficionado a las películas de cowboys.
Dicen que dice la Constitución que la guerra la declara el Rey, previa autorización del Parlamento. No sé si faltando estos espartos para hacer el cesto -la guerra- es obligado, como al parecer IU intenta, ir al Tribunal Penal Internacional. Lo que sí entiendo es que si a cualquier persona, de forma violenta o con fuerza bastante, se le ocurriera declarar la guerra de España a través de otro jefe de Estado, o de Gobierno, sin contar con la voz del Rey y la autorización del Parlamento, y España interviniera, se le podría considerar responsable de un delito de rebelión con arreglo a la ley interna española.
En cualquier caso, mientras el Rey y el Parlamento rinden en las Azores porque así lo ha hecho Aznar, es para alegrarse de que Manuel Chaves recoja el testigo de la cooperación con el Magreb y rechace como todos, menos unos pocos, una guerra que es injusta e ilegal, se la mire por donde se la mire. Claro que tampoco estaría de más que empezáramos a pensar en cómo convencer a Europa, con mayúsculas, de que seguimos en este continente y que lo del sombrero tejano, y con las patas encima de la mesa, hasta ahora sólo lo habíamos visto en el cine.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 22 de marzo de 2003