Los cristianos y cristianas, además de nuestro rechazo contundente a la guerra, como ciudadanos, y nuestra confirmación en la militancia a favor de opciones políticas civilizadas -es decir, cualquier otra fuera del PP-, tenemos el consuelo de poder rezar. Y lo hacemos llevados de nuestra fe, no tanto en la estulticia humana, como en la convicción de que nuestras inquietudes sean escuchadas, más allá de la galaxia de Bush.
Justamente -¿coincidencia providencial?- el día "de autos", cuando la degradación moral llenaba el planeta por la agresión genocida y terrorífica -del denominado terrorismo de Estado- de los que se imponen por la razón de la fuerza, masacrando personas inocentes e indefensas; leíamos el salmo 68 A de la Alabanza de cada día de la antigua comunidad de Cortixelles, que comienza pidiendo a Dios: "Dispersa las naciones que quieren la guerra".
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 22 de marzo de 2003