Jugando al ratón y al gato durante horas, pero con palos. Así estuvieron anoche la policía y los manifestantes en las calles de Madrid. Los agentes cargaron una y otra vez, con gran dureza. La policía tenía órdenes claras: los manifestantes no podían llegar ni frente a la sede del PP, ni al Congreso de los Diputados, ni siquiera a la Puerta del Sol. Lo impidieron por todos los medios, pero sobre todo con porrazos y decenas de pelotas de goma. Al menos 50 heridos contabilizó el Samur, entre ellos cinco policías. La escena de mayor tensión se vivió cuando unos 2.000 jóvenes lograron burlar a los guardias y concentrarse en la Puerta del Sol para gritar "no a la guerra". Una decena de furgones entraron entonces a toda velocidad en la plaza y expulsaron a los manifestantes. Todo, en el día previo a las grandes marchas de hoy.
Fue una larguísima tarde-noche de carreras y minimanifestaciones improvisadas. La gente no tenía ninguna gana de hacer lo que la policía le exigía, esto es, dispersarse, y por eso una y otra vez intentaban llegar a sus objetivos para protestar contra la guerra.
Todo comenzó frente a la Embajada de EE UU. Unas 7.000 personas se concentraron en la calle de Serrano para protestar contra el ataque. Enseguida se comprobó que la policía no se iba a dejar desbordar. Hasta 30 furgones se pudieron contar en los alrededores de la representación estadounidense. Los manifestantes, convocados por la Plataforma Cultura Contra la Guerra, estuvieron allí una hora, cortando el tráfico en esa calle.
Los pacifistas dirigieron una vez más sus insultos hacia el Ejecutivo de José María Aznar. "¡Esto nos pasa por un Gobierno facha!". Algunos proponían "ilegalizar el Partido Popular", mientras otros calificaban de "asesinos" a los dirigentes de los Gobiernos de España y de EE UU.
Hasta aquí, la cosa fue tranquila. Pero entonces muchos jóvenes decidieron ir hacia la sede del Partido Popular, en la calle de Génova, no muy lejana, incitados por el actor Enrique Simón, de la plataforma. Cuando llegaron, se encontraron con la primera bronca. La policía cortó la calle y los paró en seco en la Plaza de Colón. Ante los primeros pelotazos de goma, la gente decidió espontáneamente sentarse en el asfalto del Paseo de la Castellana, cortando el tráfico. Muchos se arrodillaron y, enseñando sus manos al aire, le gritaron a la policía: "Éstas son mis armas".
Pronto comprendieron que no pasarían. Así que se fijaron un nuevo objetivo: el Congreso de los Diputados, algo más abajo. Todo se hacía siempre de forma improvisada y sin liderazgos visibles.
Allí el ambiente se complicó. Las cargas y pelotazos se multiplicaron. La policía les había perseguido, y se empleó a fondo para impedir que llegaran al Parlamento. Durante toda la tarde, un helicóptero ayudaba a la policía a localizar a los jóvenes y encontrar las escaramuzas. Ya por la mañana, la policía había impedido a los trabajadores del Congreso manifestarse en la escalinata principal, algo habitual sin embargo en la concentraciones de repulsa tras los atentados de ETA.
El objetivo de los manifestantes, por entonces, ya era claro: llegar a la Puerta del Sol a toda costa. Y la misión de la policía, impedírselo. Ahí sí que empezó la dispersión, y el verdadero juego del ratón y el gato. No se podía por la Carrera de San Jerónimo, así que lo intentaron por la calle de Atocha. También allí hubo cargas violentas. Se oían tiros de pelotas por toda la zona. Había enfrentamientos en cada esquina porque los jóvenes, aún miles aunque disgregados, insistían en llegar a Sol. Mientras, un grupo de rezagados aguantaba en Colón otra batalla campal. Algunos jóvenes quemaron allí una parada de autobús.
Al final, en un descanso de la policía, un par de miles lograron el preciado objetivo de entrar en la Puerta del Sol. Por fin comenzaron a concentrarse al grito de "¡hemos llegado!, ¡hemos llegado!". Algunos encapuchados, a los pocos minutos y tras una larga tarde de carreras y tensión, lograron cruzar unos contenedores de basura en la calle de Alcalá. Quemaron algunos a última hora de la noche.
Cincuenta metros más allá la policía tomaba posiciones. No dejó que los jóvenes se manifestaran ni diez minutos. Con una violencia espectacular, hasta 10 furgones entraron a toda velocidad en la plaza central de Madrid. En segundos, despejaron la plaza. Para ello tuvieron que disparar decenas de pelotas de goma. Pero no se contentaron con vaciar la Puerta del Sol. Persiguieron a los manifestantes que huían por las calles aledañas. Ya no les dejaban siquiera concentrarse en lugares cercanos, como la plaza de Benavente.
La gente, muchos de ellos viandantes y familias con niños que pasaban la noche del viernes en el Centro, tuvieron que refugiarse asustados en los bares de la zona. Algunos incluso cerraron sus puertas y bajaron las cortinas metálicas en vista de que la tensión no paraba de crecer.
Era ya casi medianoche, y sólo quedaban entre los manifestantes los más jóvenes y enfadados, con ganas de protesta hasta cualquier hora. Pero la policía no estaba dispuesta a permitírselo. Agentes en cada esquina, y varios furgones dando vueltas por toda la zona e intimidando a los viandantes garantizaban que nadie pudiera concentrarse ni formar grupos.
Después de casi cuatro horas de tensión, también los policías estaban exaltados. Tanto que al pasar dentro del furgón frente a algunos manifestantes, dos agentes les hicieron ostensibles cortes de manga.
La tensión llegó a tal extremo que los agentes trataron incluso de dispersar a las personas concentradas alrededor de dos furgones del Samur que estaban atendiendo a los heridos. Al menos 50, entre ellos cinco antidisturbios. Diez personas fueron hospitalizadas. Enfrente de la Presidencia del Gobierno de la Comunidad de Madrid, los atendidos, la mayoría por contusiones, iban desde los 16 hasta los 70 años.
Sólo entonces, cuatro horas después de que comenzara todo, se calmaron los ánimos, entre el olor a pólvora de toda la plaza y los ataques de nervios de algunos jóvenes que descargaron así la tensión acumulada durante toda la tarde.
Los manifestantes decidieron entonces cumplir, por agotamiento, con el objetivo inicial de la policía: la dispersión. Pero sólo por una noche. La batalla, presumiblemente, continuará hoy cuando la gente trate de llegar al Palacio de la Moncloa. Todo parece indicar que no les dejarán.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 22 de marzo de 2003