Hace tres semanas, las escasas trincheras que podían verse en Bagdad no infundían demasiado respeto. Aparecían muros de sacos terreros amontonados en una esquina o en una plaza. Sin nadie detrás de ellos, ni encima, ni debajo. Se hablaba entonces de la posible destrucción de puentes que iban a emprender los americanos, como ocurrió en la guerra de 1991. La simple colocación de unos sacos marrones a la entrada de alguno de los puentes del Tigris sonaba a juego de niños contra la potencia militar más poderosa del mundo. Pero ahora el panorama es distinto. Raro es el parque, la esquina o la plaza que no tiene ya su trinchera cavada. Los expertos anuncian que la batalla de Bagdad se librará calle por calle.
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Si esta batalla, tal como comentan los expertos militares desde hacía varios meses, se va a disputar calle por calle, bloque por bloque en Bagdad, los iraquíes ya han construido un campo de batalla hecho a su medida. Cada mañana brotan decenas de trincheras nuevas construidas y los soldados no paran de cavar otras nuevas. Cada vez se ven más camiones y coches pintados de color arena con los cristales también embadurnados del mismo color, excepto en un pequeño hueco. Ayer, desde las autovías de Bagdad, se observaban camiones y autobuses bajo los puentes. Y también se podía divisar en las afueras la estampa de algún camión camuflado, semienterrado en la arena. En medio del humo provocado por la quema de petróleo en los alrededores de la capital iraquí, los soldados iraquíes se desplazaban tranquilos, sonrientes, haciendo caso omiso de las bombas y del fuego antiaéreo que sonaban a lo lejos.
Muchas calles del centro de Bagdad, una urbe poblada por cinco millones y medio de habitantes, son largas, anchas, supuestamente inapropiadas para la guerrilla. Pero los barrios de la periferia ofrecen una selva de rincones y recovecos. En esos barrios los zocos mantienen cada día una actividad impropia de tiempos de guerra. No se echa en falta ningún alimento. Hay carne, fruta, especias, huevos, de todo en abundancia. El tabaco y las baterías de los coches han subido de precio, pero se puede encontrar de todo.
Ahora bien, ¿cuántos bagdadíes estarán dispuestos a luchar en la guerra de guerrillas? "Muchos. Dése cuenta de que si para conquistar un simple puerto como es el de Um el Qasr, los americanos han necesitado varios días, ¿qué cree que puede suceder en Bagdad?", comentaba un intérprete. En cada acto organizado por las autoridades iraquíes para los periodistas, siempre hay un grupo de ciudadanos que algún momento comienza a corear: "Sadam, por ti vamos a sacrificar el alma y la sangre".
"Pero también en Pakistán", recuerda un periodista que cubrió la guerra con Afganistán, "cientos de personas cada viernes se manifestaban diciendo que iban a dar la vida en la lucha contra Estados Unidos. Y de ellos, muy pocos tomaron sus fusiles. Cada semana se manifestaban los mismos diciendo que iban a marcharse a Afganistán".
Un estudiante de Derecho afecto al régimen, de los que en público se refiere a Husein como "nuestro padre", cuando se le pregunta en privado si dentro de unos días estaría dispuesto a empuñar un fusil para defender la ciudad, responde sonriendo: "No, aún tengo todos mis sueños por cumplir. Quiero terminar mi carrera, después empezar otra y después, quién sabe. A lo mejor, casarme. Pero no voy a entregar mi vida en las calles". La ciudad lleva varios días sufriendo los bombardeos y los militares que se ven por las calles aún conservan la calma. En algunos barrios les dejan los fusiles a los niños, que se suben a los sacos de arenas y saludan a los autobuses de extranjeros.
En otras zonas se divisa a un soldado recostado en la acera al lado de los sacos y leyendo. Más allá, en un parque, otros cuantos comparten el té de la tarde. A un bar llega un oficial, pregunta que cuánto vale la comida. El camarero le dice el precio. El oficial se va y al rato vuelve con el dueño, que ordena cobrarle la mitad. Tiempos de guerra.
De momento, en los tejados de los edificios más altos de Bagdad no se ven preparados puestos para los francotiradores. Pero el paisaje de la ciudad cambia cada mañana.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 25 de marzo de 2003