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CARTAS AL DIRECTOR

Qué vergüenza

Desde aquí escribo al anónimo agente de policía que he visto en televisión cuando, escudado tras el visor de su casco y fenomenalmente pertrechado, se aproximaba a una joven desarmada e indefensa que en nada le amenazaba para asestarle con su porra un golpe demoledor a la altura del occipucio que muy bien podría haberla matado: a pesar de las restricciones que éste y otros medios imponen al apasionamiento de sus lectores a la hora de manifestar su parecer, confío en que se me permita comunicarle que me avergüenzo de su aterradora actuación, que le considero indigno de vestir el uniforme que llevan otros de sus compañeros cada vez que arriesgan su vida para defender a esa y otras ciudadanas y ciudadanos, y que ha de saber que se ha comportado como un miserable y como un bárbaro.

Y no alegue tomates, huevos, pintura o incluso piedras: tan sólo su inmerecida fortuna -y la bendita suerte de ella- le ha librado de tener que vivir el resto de su vida arrepintiéndose de un comportamiento tan injustificado y tan innoble.

¿Cómo es humanamente posible que la sociedad entregue un arma, cualquier arma, a alguien capaz de utilizarla de esa manera tan ciega? ¿Es que nos hemos vuelto todos locos?

* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 26 de marzo de 2003