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Un espectáculo para todos los públicos

Pocas veces la tan manida afirmación de estar ante un público variopinto y dicharachero podrá ser mejor aplicada que en el caso del que aplaudió anoche a Paul McCartney en Barcelona. Variopinto porque no es nada frecuente ver tanta mezcla generacional ni tantas procedencias socioculturales distintas. Y dicharachero porque el Palau Sant Jordi fue una fiesta para demostrar, por si aún era necesario, que desde hace décadas The Beatles están por encima del bien y del mal y que Paul McCartney es su legítimo representante en la Tierra.

El concierto de Barcelona fue un canto a la beatlemanía renovada año tras año: jóvenes abuelos, que posiblemente llevaban bastantes años sin pisar una sala de conciertos, convivían pacíficamente no ya con sus hijos, sino con sus nietos, con quienes coreaban los estribillos. Un espectáculo para todos los públicos.

Media hora antes del inicio,una música suave, jazz light de coctelería, amenizaba la espera mientras tres grandes pantallas iban pasando ingenuos mensajes telefónicos de algunos espectadores. Un enorme telón de tonos mironianos tapaba el escenario. A pesar del ambiente antibélico que se vive en la ciudad, ni pancartas ni pegatinas podían verse entre los asistentes, unos 18.000.

Eran las 22.05 horas cuando, con poco más de media hora de retraso sobre el horario, el alborozo general se volvió silencio y el telón de fondo fue ocupado por la gigantesca sombra de un bajo Hofner violín en posición zurda, uno de los iconos del pop del siglo XX, y no precisamente por ser un gran instrumento, que nunca lo fue, sino porque Paul McCartney lo ha utilizado desde sus primeros días con los Beatles. Todas las expectativas estaban a punto de colmarse. Tras la sombra del bajo, la sombra, también inconfundible, de Macca se abrió paso hasta convertirse en realidad. Las primeras notas de Hello good bye quedaron enterradas en la gran ovación que saludó un concierto predestinado desde el mismo día de su anuncio a convertirse en uno de los acontecimientos de 2003. Hoy se repite el milagro, en el mismo escenario.

De la estancia de McCartney en Barcelona han trascendido pocos detalles. El divo y su séquito se alojan en el hotel Arts, frente al Puerto Olímpico: ocupan las suites de la última planta, con espléndidas vistas sobre el mar.

La gira tiene unas dimensiones colosales: 91 conciertos en 16 países. Eso supone que cuando concluya, el músico habrá estado 250 horas sobre el escenario. Un detalle curioso: el equipo de cocina que acompaña al cantante, integrado por siete cocineros, habrá servido en todo este tiempo cerca de 30.000 comidas a todo el séquito (a razón de 320 servicios por día), amén de cerca de 15.000 bocadillos. El ex beatle, vegetariano desde hace tiempo, ha logrado que toda la comida que se sirva durante la gira sea vegetariana, aunque los miembros de su equipo reciben un extra de 60 dólares diarios para adquirir lo que les apetezca en caso de no contentarse con la lechuga y las verduras.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 29 de marzo de 2003