Los novillos santacolomeños de La Quinta dieron un gran espectáculo por su variado juego, por acordarse de esa casta que el conde de Santa Coloma aquilató con esmero y que ahora parece perdida en los viejos libros de tauromaquia. Los novilleros, sin embargo, se situaron en el presente que asola a la fiesta y anduvieron sin los recursos necesarios para gustarse con los buenos y lidiar a los que pedían el carné. Fueron, a la postre, abducidos por la casta. Paúl Abadía, que no entendió la nobleza del primero, se la jugó a carta cabal con el codicioso cuarto. Solís dio los mejores muletazos de la tarde. Perera, el más bisoño, anduvo porfión y gris con el lote que le cayó en suerte.
Quinta / Serranito, Solís, Perera
Novillos de La Quinta, muy bien presentados, encastados y justos de fuerza. Paul Abadía Serranito: saludos tras aviso y saludos. Javier Solís: saludos tras aviso y silencio tras dos avisos. Miguel Ángel Perera: Silencio tras aviso y silencio. Plaza de La Ribera, 5 de abril. Menos de media entrada.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 6 de abril de 2003