El Mundo "volvió a vivir la pesadilla que había padecido hace 15 meses", como dijo ayer su director, Pedro J. Ramírez, en una urgente comparecencia ante la prensa en la recepción del diario madrileño. El 19 de noviembre de 2001, Julio Fuentes fue tiroteado en la carretera entre Jalalabad y Kabul cuando viajaba hacia la capital afgana. Ayer, un cohete mató a otro enviado especial del diario, Julio A. Parrado, cuando se encontraba al sur de Bagdad, en el centro de comunicaciones de la 2ª Brigada de la 3ª División de Infantería de EE UU.
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Como tantas otras veces, la muerte de un periodista en un conflicto fue una cuestión de terrible mala suerte. Sus compañeros de la sección de Internacional relatan que esa misma mañana decidió quedarse en el centro de comunicaciones porque prefería seguir desde allí la incursión que su unidad iba a realizar en el centro de Bagdad.
Cuando llegó la noticia de que un ataque con misiles había alcanzado este puesto, sus compañeros se temieron lo peor, aunque la confirmación del fallecimiento sólo llegó a última hora de la tarde. Pero durante todo el día los indicios fueron los peores: Julio no había llamado, el periodista alemán muerto en el mismo ataque se movía siempre con él, Fox News había dicho que uno de los muertos era español y lo había confirmado la Embajada española en Washington... Desde la hora de comer, sus compañeros en El Mundo esperaban la confirmación de la tragedia.
Julio A. Parrado (Córdoba, 1971) entró en esta guerra también por casualidad. Ante todo, con la idea de hacer un reportaje para un suplemento de fin de semana, se alistó a los cursos que el Ejército estadounidense exigía a aquellos periodistas que viajarían con sus unidades al frente en caso de que se produjese una guerra en Irak. Lo hizo, escribió su reportaje y entonces decidió convertirse en un empotrado: un informador asignado a una unidad. Viajó con la 3ª División de Infantería desde Kuwait hasta las afueras de Bagdad, donde encontró la muerte.
"Dos Julios en dos años... Esto es demasiado", decía ayer el responsable de Internacional de El Mundo, Roberto Montoya. Los trabajadores del diario no sólo están desolados: simplemente no pueden creerse que hayan perdido a dos compañeros en menos de dos años, en cada uno de los conflictos lanzados por EE UU después del 11-S. "Es muy difícil de comprender", dijo Pedro J. Ramírez. "Tomó una decisión prudente: permanecer en el centro de control", agregó el director del diario.
La unidad con la que Julio viajaba permaneció la mayor parte del tiempo en la retaguardia: podía llamar a la redacción sin demasiados problemas, aunque a veces sólo para comprobar que había llegado la crónica enviada poco antes. Los responsables de la unidad aplicaban las normas del Pentágono para los periodistas empotrados y los informadores no podían utilizar el teléfono libremente, sobre todo si era un modelo Thuraya -el que tenía Julio-, un teléfono satélite de última generación, sólo un poco más grande que un móvil normal, que también está dotado con un sistema GPS.
Su primera experiencia en el frente fue el pasado viernes: aunque viajaba en la segunda línea, su unidad llegó a sólo 100 metros de los combates. Y el domingo por la noche supo -aunque no pudo contarlo por las normas militares- que las tropas con las que viajaba iban a realizar una incursión en el centro de la capital.
"Pocas veces he visto a un compañero con tantas ganas de cubrir un conflicto", dijo ayer Ramírez. Sus compañeros de la sección de Internacional ratificaban que, ante todo, quiso contar la guerra de verdad, mientras se disponían a cerrar una sección en la que nunca más podrán editar una crónica firmada por Julio A. Parrado.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 8 de abril de 2003