Un juego sin mucho orden, pero con dos estrellas. Improvisación, más Carmelo Anthony y Gerry McNamara. Estos dos jóvenes han propiciado que Syracuse se proclame por primera vez en su historia campeón del baloncesto universitario tras derrotar en la final a Kansas (81-78). Anthony ha conseguido lo impensable. Por primera vez en mucho tiempo, la prensa estadounidense no se ha recreado una vez más en las hazañas de Lebron James para ensalzar a sus jóvenes promesas. El jugador de Syracuse se ha convertido en el gran protagonista de la Final Four que se ha celebrado en Nueva Orleáns, fue elegido mejor jugador del torneo y ha demostrado que tiene ya, a pesar de tener aún por delante tres años en la universidad, juego suficiente para dar el salto a la NBA.
Es un hombre orquesta en la pista, es capaz de hacer de todo. Hay quién compara su estilo con el del alero del Boston Celtics, Antoine Walker, otros le ven ciertos parecidos con Glenn Robinson, del Atlanta Hawks. Este pipiolo de 18 tiene mucho baloncesto en sus manos y en su cabeza. Un jugador que siempre opta por la jugada inteligente más que por la espectacular. Los sabios del baloncesto universitario auguran un futuro brillante para un chico que a su edad sólo pierde el balón menos de dos veces por partido. Si consigue adaptarse a un juego más organizado como el de la NBA y progresa en su aportación defensiva podría convertirse en uno de los grandes.
Esta Final Four también ha servido para que uno de esos míticos técnicos que pasan su vida empeñados en pulir a imberbes, logre su primer título. Tras 27 años al frente de la universidad de Syracuse, su entrenador, Jim Boeheim, ha obtenido merecido premio. Después de dos intentos frustrados en 1987 y 1996, los Orangemen han obtenido recompensa. Mucha culpa de ello la tiene Carmelo Anthony.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 9 de abril de 2003