No me salen las palabras. Quiero condenar esta guerra y cualquiera de las otras guerras que han sido, son y serán. Y las posguerras también, a veces incluso peores que las propias guerras. Intento maldecir cualquier manifestación de la violencia y brutalidad cotidianas que nos caracteriza como especie desde que el mono que fuimos se armó de un palo, inventó dioses, fundó ciudades, conquistó países, levantó imperios. Pero no me salen palabras propias. Sólo palabras antiguas, comunes a todos los hombres y creencias. Palabras que parecen ajenas en tiempos de barbarie, como no matarás, no robarás, no mentirás... Palabras que no quieren oír, que no predican quienes nos crean dioses a su imagen y semejanza según convenga.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 12 de abril de 2003