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Crítica:DANZA

Tristeza y murallas

Durante hora y media, los 14 intérpretes del Ballet de Split se afanan en organizarse sobre la escena. Es difícil. El material creado para La ciudadela por el coreógrafo Gagik Ismailian conspira para lo contrario, con un agotador entra y sale que no ayuda al ritmo de la obra. Ismailian quiere contar una historia larga y compleja, antigua y simbólica; para ello acude a citas bíblicas y a definiciones esotéricas. Al mismo tiempo actualiza su idea con un filme sobre la guerra. De eso, en Croacia saben mucho, y al parecer, en su caos expositivo, Ismailian se interesa por mostrar angustia y reclamo de paz.

En escena hay desde el principio un personaje central, una mujer ataviada de negro que sirve de guía trágico. Hay también un coro femenino a lo griego y una estética tenebrista y dura, con momentos de sonido mákina, pero con una notable carencia de unidad y criterio selectivo: sobra la mitad del metraje y no hay un crecendo lógico.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 13 de abril de 2003