Sus dientes son la metáfora perfecta: blancos, brillantes, cuidados. En el extremo exterior de ambos ojos tiene dos cicatrices hechas hace tiempo con una cuchilla "porque estaba de moda". Su risa inunda la habitación de la séptima planta del Hospital Universitario de Canarias (HUC), donde primero superó su estado físico muy crítico y ahora está bajo tratamiento psiquiátrico. Pero ese rostro joven y alegre se torna triste cuando recuerda cómo sobrevivió a 14 días en alta mar, sin comer, bebiendo su orín y agua de mar.
"Primero rezábamos para que nos rescataran. Al final lo hacíamos para morir pronto"
Antes de desmayarse, vio morir a cuatro de los 17 africanos que viajaban con ella. Todavía morirían ocho más hasta que un helicóptero la rescató, tras la alerta dada por el pesquero Naboeiro. Sus cinco compañeros supervivientes residen ahora en el centro de acogida de Cruz Roja en Las Palmas de Gran Canaria.
Salimata Sangare, de 22 años, es la segunda de siete hermanos, que vivían en una pequeña casa de Abidján (en Costa de Marfil), con una habitación donde dormían sus padres Toumani y Mariam y un salón en el que se estiraban sus siete hijos. Estudió hasta los 14 años y le gustaba jugar a las casitas y los bebés. De aquella época es el francés que habla en un tono tan dulce como la cantante Miriam Makeba, aunque su lengua materna es el djulá.
Comenzó a ver cómo los amigos de su edad conseguían dinero en el comercio y se compraban lo que querían, y decidió abandonar los estudios, aunque le gustaban las matemáticas. Primero se acopló al negocio de su madre. Compraba cosméticos en Ghana y los comercializaba en su puesto callejero de la capital. Luego, ella misma pasó a tener su propio negocio durante ocho años.
Un día se produjo un tiroteo en el mercado donde se encontraba y decidió marcharse "a Madrid", que, según confiesa, "es el único sitio de España que conocía". Y hasta allí pensaba llegar en patera. Lo que sigue es el relato de su penoso viaje:
"Embarqué con mi amiga Aminata Banba, también de 22 años, en un vuelo para refugiados que salía del aeropuerto de Abidján, con destino a Marruecos; al llegar, nos estaban esperando los árabes, que nos llevaron en Land Rover hasta el desierto del Sáhara. Estuvimos más de un mes viviendo allí, bajo la fina tela de una tienda hecha con trozos de sacos y telas. Con nosotras dormían dos chicos más que no conocíamos, también de Costa de Marfil. No teníamos que hablar, los hombres hacían todo. Un día nos embarcaron en dos pequeños botes. Mi amiga y yo éramos las dos únicas mujeres. Llevaba un pantalón, una camiseta y un anorak. A las pocas horas, el motor se paró. Los cuatro árabes que nos acompañaban saltaron al otro bote y nos dejaron allí. Pensábamos que irían a buscar ayuda, pero nos dejaron allí para que muriéramos".
A partir de este momento, el rostro de la joven cambia hacia la tristeza. De sus frases entrecortadas sale el siguiente relato de esos días en mitad del océano: "Llevábamos unas pocas galletas, algo de leche y una botella pequeña de agua. Los hombres se disputaban la poca comida y no quedaba nada para nosotras dos. Sólo vi morir a tres o cuatro hombres, el primero fue Vatoma, también de Costa de Marfil. Se apoyó en mis rodillas y ya no se levantó más. A los que iban muriendo les cogíamos lo poco que llevaban de valor y los tirábamos. Había muchos peces enormes con aletas alrededor, que movían la barca. Pensábamos que iban a volcarla. Ninguno sabíamos nadar. Pensé cómo podíamos pescar alguno, pero no teníamos ningún palo.
Hubo unos días de lluvia, pero apenas pude recoger algo en un vasito. Muchas veces bebí la orina que me hacía encima [los médicos comprobaron que, desde la nalga hasta la parte trasera de la rodilla, era todo una llaga enorme) y mucha, mucha agua del mar. Veíamos aviones y helicópteros, les hacíamos señales, pero seguían de largo. Primero rezábamos para que nos rescataran, pero, al final, lo hacíamos para morir pronto y que acabara aquello". La pregunta fue inmediata: "¿Por qué cree que Dios no le hizo caso?". Escucha la traducción de María y de Tatiana, se encoge de hombros, se hace un silencio incómodo. Suspira y añade: "A lo mejor tengo una vida muy larga, puede ser el destino. Sólo Dios lo sabe. Pienso mucho en lo que ocurrió, sobre todo cuando estoy triste".
Salimata Sangare no vio morir a otros ocho ocupantes, entre ellos su amiga Aminata. El helicóptero que la rescató tuvo que izarla con uno de los agentes, porque no se podía mover, estaba al borde del colapso. Tenía la camiseta tan pegada que parecía una segunda piel. Recuperado su tono físico, la dirección médica del HUC decidió someterla a un tratamiento psiquiátrico. Gritaba mucho, rechazaba la comida, tenía pesadillas, se tiraba tanto de sus pelos que acabó con las extensiones de rizos que traía.
Ahora está muy pelada y quiere volver a probar con otros adornos. La única secuela de su tragedia es una llaga en la parte trasera del muslo izquierdo. Pero sonríe. Especialmente cuando se le pregunta por su novio. "Mis hermanas están casadas, pero yo no", aunque manifiesta su voluntad de hacerlo y tener dos hijos, un varón y una mujer. "Pero más tarde", puntualiza. "Lo primero que quiero es aprender bien el español, conseguir un trabajo de lo que sea, limpiando o cuidando niños, y ganar algo de dinero para enviárselo a mi familia", con la que habla con frecuencia a través del móvil que le ha regalado su "madre española", una de las enfermeras de la séptima planta del hospital, donde ha vivido casi dos meses.
Escucha en un walkman la música de Les Garagistes que le grabó una amiga de Abidján residente en la casa del Comité Español de Ayuda al Refugiado (CEAR) en Las Palmas y otra de merengue que le dejó el periodista musical de la SER Willy García. Le gustan las películas de la tele y tiene el armario lleno de ropa que le han conseguido los asistentes sociales del Ayuntamiento de La Laguna y las enfermeras del HUC.
La ventana de su habitación da a las verdes colinas de Tenerife y a la transitada autopista. Cuando la llevaron al otro lado del pasillo para ver el mar, retiró su mirada. "Jamás lo volvería a hacer; sólo viajaría otra vez en avión", sentencia.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 14 de abril de 2003