En el 323 a.C. Alejandro de Macedonia, Hegemón de la Liga de Corinto, aprestó a sus aliados griegos para invadir a los persas. Hoy día emulando al Magno, Bush, por si mismo erigido en caudillo de Occidente, tras devastar Irak parece continuar la senda del macedonio. Pero los reinos que abatir no son el poderosos imperio aqueménida sino los depauperados Irak y Siria. Además, hoy el oro y los ejércitos están del lado de los émulos de Alejandro y no de los orientales, aunque hay otro botín no menos preciado: el petróleo.
Sin embargo, la megalomanía del Macedonio se acentúa en su pálido reflejo. A la integración de Oriente y Occidente de aquél, opone el fuego y el acero airados y si Alejandro destruyó un imperio de cientos de pueblos todo será que Bush, hegemón de pacotilla, consiga irresponsablemente la unión de los divididos pueblos árabes e islámicos y arrastrando a otros sin arte ni parte en su ruina, haga buenas las palabras del oráculo a Creso cuando marchó a combatir a los persas: "Si los atacas destruirás un gran imperio" sin advertir que precisamente el suyo sería el que cayera.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 16 de abril de 2003