El general retirado Jay Garner ha celebrado en la ciudad sureña de Nasiriya una devaluada reunión con notables iraquíes para bosquejar el nuevo mapa político del país, algo mucho más difícil de conseguir que la victoria relámpago anglo-estadounidense. El cónclave, primero de una serie de encuentros regionales de los que deberían emerger los llamados a dirigir interinamente Irak, ha sido boicoteado por los representantes del principal partido shií, grupo religioso mayoritario, y tampoco asistió Ahmed Chalabi, el dudoso e influyente personaje que controla la organización de grupos exiliados del Congreso Nacional Iraquí.
La pregunta clave sobre la futura Administración provisional, enmarcada ayer en un catálogo de buenas intenciones, es si EE UU va a colocar inmediatamente a sus hombres en Bagdad o si, por el contrario, va a permitir el surgimiento de un liderazgo con cierto respaldo popular. Irak es un país desvertebrado y artificial y, tras el colapso del régimen de partido único de Sadam Husein -el tentacular baazismo-, las estructuras que quedan en pie son tribales o religiosas. Malos mimbres para iniciar una transición compleja. La manifestación antiestadounidense de los shiíes en Nasiriya o los graves disturbios de Mosul, de mayoría kurda, tras la instalación de un gobernador árabe, apuntan la magnitud del reto. A su vez, los antiguos grupos opositores que aspiran a llenar el vacío de poder son un caleidoscopio de intereses contrapuestos.
El mayor peligro del improvisado plan de Washington es que sea desbordado por los acontecimientos en las calles. Por razones obvias, sus militares están escasamente dotados para asimilar las realidades subterráneas iraquíes, un país de clanes donde los jefes tribales comienzan ya a delimitar sus parcelas de influencia, en un eco proporcional de lo sucedido en Afganistán. Y no sólo ellos. El millonario Chalabi, favorito del Pentágono para encabezar la transición, con sus centenares de hombres armados -metidos en el país por los aviones estadounidenses- y dinero en abundancia comienza a establecer su base política en el sur de Irak. Una situación inflamable, porque, tras décadas de opresión, la mayoría de los iraquíes ve a los exiliados aspirantes al poder como rapaces instaladas cómodamente en el extranjero a la espera de la presa.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 16 de abril de 2003