Treinta y cuatro festejos son demasiados, en mi humilde criterio, para la real afición a los toros que hay en Madrid. Antes y después de la Feria de San Isidro no va a Las Ventas ni el gato. El granito de Alpedrete da fe de que lo que digo es verdad. ¿A qué vienen, pues, tantos carteles de relleno? Opino que el larguísimo ciclo isidril es, aparte de forzado y ficticio, abusivo. Se me dirá que San Isidro es también ocasión de compadreo, pasarela y jactancia de ejecutivos y famosos. Pero para todo ello hay otros lugares. Al final, el actual camelo de los toros lo pagan, como decía el maestro Joaquín Vidal, los abonados modestos, sinceros aficionados, que ven dispararse los precios de sus localidades.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 21 de abril de 2003