"¡Qué alegría!". Ni Abdulhadi ni Flayeh pueden evitar una expresión de contento al conocer la noticia de la detención de Mohamed Hamsa al Zobaidy en la ciudad de Hilla. Y con motivo. Ambos son chiíes y Al Zobaidy fue el responsable directo de la brutal represión de la revuelta de esta comunidad que siguió a la guerra del Golfo.
Las atrocidades que se le atribuyen hacen palidecer las acusaciones presentadas contra cualquier otro torturador del mundo. "Hacía beber gasolina a los detenidos y luego les pegaba un tiro", explican ambos hombres sin necesidad de dar detalles sobre las consecuencias de semejante práctica.
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No hablan de oídas. Son testimonios recogidos de parientes cercanos y amigos que fueron testigos directos del horror que se vivió en las provincias del sur de Irak durante los meses que siguieron a la retirada de EE UU de suelo iraquí. Al Zobaidy, miembro de la Dirección Nacional del Partido Baaz y chií él mismo, fue recompensado por su eficiencia con el cargo de primer ministro en 1992.
Las antorchas humanas no fueron la única muestra de brutalidad de aquel doloroso episodio que la propaganda de Sadam bautizó como "la página del engaño y la traición". En otro episodio, Al Zobaidy enterró vivos a más de 1.000 sublevados y después hizo que una apisonadora aplastara la tierra.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 23 de abril de 2003