Un 15% más en el precio de la vivienda nueva, 18% en la usada: se acentúa el cambio de costumbres y libertades sexuales. Pienso que la vieja utopía del amor libre ha ido triunfando por nuestra lucha y por la precipitación al vacío de las creencias religiosas; pero se debe al precio de las viviendas, y a otros datos del empobrecimiento colectivo de los jóvenes (peor el de los ancianos, pero la práctica de la sexualidad les ha abandonado y el amor sólo sale en las pesadillas). La pareja domina sobre la promiscuidad, y en eso ha influido mucho la desconfianza del sida; y el sexo por sorpresa también disminuye, salvo en los más jóvenes. Pero la pareja tiene otras costumbres: hay muchas de fin de semana, que viven cada uno en su casa, o con sus papás, y los viernes se emparejan hasta el lunes, cuando los empleos les liberan del cansancio. El trabajo de la mujer se ha empobrecido: está menos pagada, los sistemas de protección que parecen feministas influyen sobre las empresas para no contratarlas (preguntan antes si están emparejadas o casadas) y el sistema las aparta de la maternidad; el supuesto deseo biológico, o el mandato del cuerpo, de ser madres, ha ido desapareciendo.
Otros se emparejan provisionalmente: en un piso barato y lejano, mientras hay mejor trabajo o simplemente por una atracción fuerte que permite resolver el acuciante sexo hasta que "las cosas cambien" (para muchos, nunca cambian). En este amor pobre y provisional se produce algo extraño: se casan para divorciarse. El divorcio legal les permite disolver problemas económicos por decisión de jueces, y más que reparto de bienes se trata de reparto de deudas: las hipotecas, los plazos del coche, de los muebles y los electrodomésticos. La pareja de hecho encuentra más dificultad para un acuerdo, y a veces tienen que establecerlo, incluso ante notario, antes de vivir juntos: pero esto presenta ya la existencia de una desconfianza mutua. Y es mal asunto empezar así. Las viejas bodas se hacían para la eternidad y hasta la muerte en los casos católicos; luego nunca era verdad, pero en ese momento la música del órgano, la voz ahuecada del cura y las lágrimas de las madres ayudaban a la suposición. Muchos se casan ahora por la Iglesia, celebran el banquete en una sala fastuosa y parten la tarta mientras dicen: "El primer matrimonio debe ser solemne". Mientras sueñan con los siguientes.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 2 de mayo de 2003