La aventura de la actual ópera española es una especie de desvivir que de vez en cuando hace concebir esperanzas de que, por fin, la cosa cuaje como en Alemania, en el Reino Unido, hasta en Estados Unidos. Que el éxito o el fracaso corone o entierre las propuestas nuevas, pero que, al menos, las haya. Toca el turno a Tomás Marco en la presentación madrileña, casi, como se decía antes, con honores de estreno, de las dos obras que, treinta años después, han sucedido a la inicial y hasta ahora única Selene en su catálogo operístico.
Ojos verdes de luna se basa en dos leyendas de Bécquer -Los ojos verdes y El rayo de luna - más un fragmento del Orlando furioso de Ariosto, y está escrita para la soprano María José Montiel -hoy una de las voces favoritas de todo un Riccardo Chailly-, que hace con ella un trabajo sencillamente espléndido como cantante y como actriz. A lo primero le ayuda -y al espectador- algo absolutamente fundamental en la ópera: la inteligibilidad del texto. Creo que ahí está uno de los logros de la pieza, en el interés por hacer del castellano un idioma adecuado al canto que llamaríamos, para entendernos, contemporáneo. El uso de un recitativo muy claro en su discurrir que se une, dentro de la fluidez permanente del discurso, con los fragmentos de bravura es un logro incuestionable de Marco junto al desarrollo igualmente claro de su música. Una música -orquestada para cuerdas y percusión- que bebe de una variedad de técnicas compositivas, incluido el elemento tonal que, en los momentos más líricos, nos hace recordar a algunos de los mejores creadores de nuestra generación del 27.
Ojos verdes de luna. El viaje circular
De Tomás Marco. María José Montiel y Pilar Jurado (sopranos). María José Suárez (mezzo). Alfonso Echeverría (bajo). Orquesta de la Comunidad de Madrid. Sax Ensemble. Guillermo Heras (dirección escénica). José de Eusebio (dirección musical). Teatro de La Zarzuela, 8 de mayo. Madrid.
Montaje eficaz
La otra protagonista es la bailarina Mónica Runde, espléndida también, expresiva, no un complemento de la acción sino una parte fundamental de la misma. El montaje de Guillermo Heras es eficaz, con detalles interesantes en la puesta en escena -la equiparación entre los ojos y los pezones de la bailarina, por ejemplo- y otros menos logrados, como la aparición de una laguna que el espectador de patio de butacas no puede ver.
El viaje circular tiene como pretexto la Odisea , de Homero, su resumen, a cargo del propio Marco, en una hora de espectáculo. La tesis es el retorno como vuelta y como reinicio con la sorpresa final del intercambio de papeles entre Odiseo y Penélope. En la orquestación destaca el papel otorgado al cuarteto de saxofones, el piano y la percusión mientras el canto se mueve siempre en los límites de una suerte de recitado hímnico al que pone su contrapunto el Corifeo, en lo que Marco define como Intermedios. Quizá hubiera resultado mejor que sus miembros se mantuvieran en el escenario como espectadores de la acción y no entraran y salieran tanto, dando así una cierta continuidad a su papel.
Excelente la escena del cíclope y el momento en que Odiseo -bien Alfonso Echeverría- dispara sus flechas contra los pretendientes de Penélope -la siempre sólida en su mínima apariencia María José Suárez-. Completó el reparto, en la parte vocalmente más difícil, una Pilar Jurado que, como experta en estas lides, se entregó a fondo.
La dirección de José de Eusebio fue cuidadosa y atenta, tratando de subrayar siempre los momentos de mayor intensidad. Digo intensidad, no emoción, pues de ella -en dos piezas, curiosamente, llenas de pasiones- nos quedamos justo al borde. ¿Por qué? Quizá porque todavía le tenemos miedo. El día que nuestros músicos se lo pierdan eso habrá ganado nuestro corazón.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 10 de mayo de 2003