El epílogo, la coletilla a la bronca, fue la fuga de los futbolistas por la puerta de atrás del estadio, huyendo de sus propios aficionados. El prólogo, menos gente que nunca en las gradas y una actitud expectante y desconfiada. A los dos minutos sonó el primer ripio contra Gil, entonado, como siempre desde hace dos años, por el fondo sur del estadio. "¡Gil cabrón, fuera del Calderón!". La novedad es que no sólo no fueron acallados con pitos por el resto de los hinchas, sino que secundaron la moción. La moción de censura al palco. Seis pancartas, colgando desde la grada al sol, aludían a la figura del mandatario: Gil fuera; Sin Gil; Gil ladrón; Prohibido Gil... Cerca del descanso, los guardias de seguridad privados fueron a retirarlas. A la fuerza, utilizando malos modos. En ese momento los 40.000 aficionados que había en el campo empezaron a echar humo de indignación y entonces el soniquete bélico del "¡Gil..." fue ensordecedor y unánime. Una novedad. Algunas pancartas reaparecieron poco después de la incursión de los hombres de seguridad. La que no reapareció y la que con más violencia se había descolgado fue la que insultaba directamente al mandatario llamándole ladrón.
MÁS INFORMACIÓN
El final del espectáculo, la tercera derrota consecutiva de los rojiblancos, fue una pañolada con lanzamiento de almohadillas incluido. Un grito unánime de rechazo a todo lo que ha sucedido.
La grada, definitivamente cansada de todo lo que sucede en el entorno rojiblanco y por añadidura de lo que ve en el césped cada domingo, ya no paró de mostrar su disconformidad con todo y con todos. Hubo pitos, agudos silbidos de esos que se lanzan con la cara enrojecida y algunos dedos haciendo resonancia en la boca, contra los jugadores -ración extra para Javi Moreno, Correa, Emerson y Nagore-, para Luis Aragonés -en los cambios y cuando paró una pelota que se salió del terreno de juego con las manos- y para la familia Gil, desde luego.
Apenas se oyeron los habituales gritos de aliento incondicional. Sólo un único hilo de voz para entonar el himno rojiblanco con la voz opaca y el gesto de funeral. Incluso el fondo sur, el de los hinchas más fanáticos, se pasó casi todo el segundo tiempo en sordina. O gritando Juve, Juve, tan convencidos de que las únicas alegrías del centenario ya sólo pueden proceder de las desgracias del eterno rival.
"No tengo nada que decir de los pitos, a mi eso me da igual, a mí me importa ganar", dijo Luis Aragonés, razonablemente sereno, tras el partido. Mientras, unos 100 aficionados, entre ellos alguna chica joven con las lágrimas escurriéndosele entre los polvos de la cara, se agolpaban frente a la puerta seis, la que utilizan los jugadores para irse a sus casas. La policía, poco a poco, fue acordonando el lugar, y los futbolistas tomaron la decisión de salir por otra puerta situada en la otra parte del estadio.
Luis Aragonés también citó, aunque de pasada, los problemas, deportivos e institucionales que acucian al club. "Yo siempre he mirado al mismo sitio de la clasificación, ahora, estamos viendo que por las cosas que pasan en esta entidad..." y dejó la frase inconclusa. Sobre su anuncio de marcharse, provocado por la filtración de la directiva a los jugadores de una supuesta lista de bajas proporcionada por el técnico, Luis aseguró que había buscado que el equipo "esté centrado" y como solución más inmediata recetó: "Seguir entrenando con normalidad, como hasta ahora". Más contundente que el técnico fue Movilla, quien no dudó en decir que el equipo "no tiene excusa".
Jésús Gil, que no vio el partido en el Calderón, que lo siguió desde Marbella, rechazó realizar comentarios tras el partido. En círculos próximos a su persona, sin embargo, aseguraban que su silencio no implicaba resignación. Muy al contrario, decían que, con el Atlético a siete puntos del descenso, rumiaba anticipar la marcha de Luis Aragonés.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 11 de mayo de 2003