Ahora que se van disolviendo las nubes de incienso psicológico que parecen haber neutralizado el sentido crítico durante la visita del Papa, me gustaría llamar la atención sobre ciertas apelaciones del Santo Pontífice, como la invocación a las raíces cristianas de España y su misión evangelizadora en Europa. Ha resultado demasiado difícil establecer por vez primera en nuestra historia un marco de convivencia descontaminado de preceptos trascendentes para que se venga ahora con invocaciones a un pasado y a unas misiones que sólo han reportado dolor, superstición, intolerancia y un atraso científico y cultural de los que apenas aún nos recuperamos. Dejemos, pues, las raíces para los árboles y dediquémonos nosotros, humanamente, a la construcción de un futuro democrático que sea, entonces sí, ejemplo para el mundo.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 11 de mayo de 2003