Domingo 4 de mayo, 17.00 horas. Nos presentamos con más de una hora de antelación en el aeropuerto de Menorca para coger un vuelo de Spanair de Menorca a Barcelona vía Palma (JK 297 y JK 369). La amable azafata de facturación nos dice que probablemente haya overbooking y que, si queremos ofrecernos voluntarios para coger un vuelo más tarde, nos garantiza la plaza y nos añade 300 euros por cabeza en vuelos de la compañía. Cual promesa electoral, aceptamos la propuesta.
Finalmente no hay overbooking, pero nuestro vuelo se retrasa más de dos horas y a la llegada al aeropuerto de Palma (que no es precisamente pequeño) empezamos a correr por los pasillos sin que nadie nos diga adónde tenemos que ir. Por suerte creemos oír el número de la puerta por los altavoces y seguimos corriendo. Llegamos a la puerta de embarque y avisamos al personal de tierra que viene más gente detrás; entre ellos, una pareja con sus dos nietos. Cuando logran llegar el resto de los pasajeros, nos llevan al avión, donde somos recibidos con malas caras y comentarios del pasaje, que lleva más de una hora dentro del avión y que ha sido informado por el ¡comandante! de que la demora se debe a que "hay 15 pasajeros perdidos por el aeropuerto". Esto es ya realmente lo último en desatención al cliente. Resulta que al final llegamos a Barcelona con más de tres horas de retraso y la lengua fuera, ¡y encima la compañía aérea nos echa la culpa! Increíble. Y además sin los 300 euros del principio, claro.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 13 de mayo de 2003