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Crítica:DANZA | 'Farinelli, estasi in canto'

Leyenda viva del 'castrato'

Es apasionante hoy todavía la historia de los castrati napolitanos. Recientemente, Maurice Béjart ha estrenado una pieza basada también en Farinelli con el contratenor griego Aris Christofelis cantando en vivo, y la norteamericana Karol Armitage en su Casanova de Turín también usó de la voz angélica como soporte coréutico. Ya antes la solvente sensibilidad de la coreógrafa romana Anna Cuocolo (en Madrid vimos hace tres años su trabajo sobre Anna Pavlova) había tocado este tema y creado una velada exquisita y rara inspirada en el mismo personaje, que tuvo un papel importante en la cultura teatral española del siglo XVIII. Farinelli (nacido Carlo Broschi, 1705-1782) fue mucho más que un cantante de éxito, y la estética del rococó lo elevó a los altares del mito. Luego, un rey español despechado le arrinconó y de aquel desprecio no se repuso. Pero ya para entonces Farinelli estaba más cerca de los dioses que de los hombres, y eso es lo que expresa con buen gusto y tino escénico Anna Cuoculo en su obra.

Compagnia Dimensione Art&Scena

Farinelli, estasi in canto. Dirección: Anna Cuocolo. Música: Händel, Hasse, Pergolesi, Broschi y Vivaldi. Guión: Vega de Martini y A. Coucolo. Vestuario: Alberto Spiazzi. Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Madrid, 12 de mayo.

La coreógrafa evoca con estampas muy conseguidas que rozan el tableau vivan t la atmósfera cortesana, el ritmo de aquellos salones de contrastes algo perversos y sensualidad a flor de escotes. Los colores añiles y turquesas, rojos sanguíneos y oros aquietados hacen pensar en los pasteles de Rosalba Carrera. Una delicia estructurada como pantomima bailada entre sedas ahuecadas por el movimiento que Cuocolo adaptó hábilmente a las singularidades del espacio de la Real Academia madrileña y a las exigencias algo vetustas de la institución (es evidente que el baile no les gusta mucho a los académicos, no lo consideran un arte de altura como tal: Pascal, Voltaire y Goya, entre otros, no pensaban lo mismo, respetaban la gran danza).

Acústica

La bailarina de La Scala milanesa Stefania Ballone puso el acento del ballo naciente neoclásico (hizo pensar, en la distancia, en una etérea María Medina, eternizada en las poses de Canova), y la sala prestó su exacta acústica al sopranista Angelo Manzotti, de hermoso timbre y que remató su oferta con un magistral Lascia che io pianga de Haendel. También estuvieron muy en estilo la soprano Tiziana Galdieri, la mezzo Tiziana Nauaui (su dúo lleno de medias voces) y la tesitura natural de Tiziana d'Angelo cantando antiguas canciones napolitanas, acompañados sensiblemente por el clavicénvalo de Cipriana Smarandescu (con un instrumento nuevo hecho este mismo año por Rafael Marijuán) y el violonchelista conquense Luis Felipe Serrano, quien también entró con sutil imbricación y equilibrio en la sonoridad del setecientos. El espectáculo quedó algo deslucido por el absurdo trasiego de fotógrafos con flashes, cámaras de vídeo y rumores. Tampoco faltaron a la cita los teléfonos móviles.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 14 de mayo de 2003