Urs Meyer, el árbitro suizo, miró su cronómetro y pitó tres veces. El partido estaba acabado y la Juventus ya estabá en la final de la Liga de Campeones. Sin embargo, Pavel Nedved, que vió una tarjeta amarilla en el minuto 82, no podrá jugarla por sanción. Y el checo, cuando sus compañeros miraban al cielo en señal de gracias, se arrodilló, escondió la cara entre las nudosas manos y se puso a llorar. Había dado un gol y marcado otro. Había aguantado con la amenaza de la suspensión casi el 90% del encuentro. Y, sin embargo, no jugará en Manchester la final de la competición ante el Milan. El checo no podía dejar de soltar lágrimas en el hombro de su compañero Di Vaio, que se aproximó al mediocampista para consolarle nada más pitar el árbitro.
"¡Nedved, Nedved, Nedved!", a los aficionados del Juventus, con el choque terminado, no les pasó por alto el detalle, el gesto descompuesto del humilde centrocampista checo. Todo el estadio de Delle Alpi se levantó de sus asientos y se armó del único recurso posible para consolar a su jugador: gritar su nombre sin descanso.
"Mi mejor regalo sería jugar la final de la Liga de Campeones", dijo el jugador cuando se proclamó campeón de Liga italiana. Una falta a poco más de cinco minutos del final se encargó de segar esa ilusión. El mediocampista, básico en el juego de su equipo, con el que ha marcado en Liga esta temporada nueve goles y ha dado otros 10, había sido uno de los grandes protagonistas de la victoria del conjunto italiano. Incluido un gran gol, el tercero, de una volea desde la frontal del área.
"Si ganamos será para él"
Su compañero de equipo, Tachinardi, aseguró que todo el conjunto turinés estaba "triste por ese jugador fantástico y tipo fenomenal que es Nedved". Un recuerdo hacia el jugador checo con el que coincidió Marcelo Lippi, el técnico del Juventus. Lippi señaló: "Estoy muy disgustado porque Nedved no va a poder jugar la final, porque ha sido uno de los jugadores más importantes esta temporada". Y aún fue más allá al subrayar: "Si se puede ganar para él será la primera dedicatoria".
Antes de ese pitido final, en la olla de intimidación en que se convirtió el estadio Delle Alpi brillaba el fuego de las bengalas y el sonido vibrante de un cántico se filtraba a través de la humareda. Cánticos contra Ronaldo gritaban una y otra vez desde la curva norte a la curva sur, los hinchas del Juventus. Y Ronaldo, lentamente, comenzaba a correr por el medio del campo. Era el descanso y el Madrid perdía por 2-0. Urgía marcar un gol, más que nunca, y el técnico, Vicente del Bosque, hacía calentarse al brasileño, lesionado en el partido de ida. El delantero trotó durante diez minutos en compañía del preparador físico, Javier Miñano. Se cogió los tobillos, se frotó los gemelos, se miró los pies. Le insultaron de nuevo. Tocó un balón, esprintó, hizo algún quiebro. Le abuchearon. El recuerdo de su paso por el Inter de Milán estaba ayer fresco en Turín.
El partido se reanudó con una nueva salva de bengalas y una pancarta de cien metros estirada a lo largo de la curva sur: "Hay una estrella en el cielo que indica el camino. Fuerza, Juve, vencer es tu destino". Por lo visto, el Madrid se había encontrado con la horma de su zapato. Un club prepotente con aficionados que gustan de las consignas fastuosas. Ahí había gente de toda Italia. De Campania, del Lazio, de Mantua, de Modena, de Brescia, del valle de Aosta...
El Juventus saltó al campo cargado de motivación y adrenalina. Sea por su célebre preparación atlética o porque la media de sus jugadores posee una complexión superior, lo cierto es que los futbolistas de camiseta a rayas se vieron unos cuantos puntos por encima del Madrid en el plano físico. Más frescos y, sobre todo, más rápidos. El Madrid, en cambio, se fue desinflando. Después del gol de Del Piero, el segundo, Hierro parecía desconcertado. El capitán se acababa de comer un regate, lo mismo que Salgado, y la moral se diluía de pronto. Los jugadores ni se miraron a la cara. Apenas hubo voces de aliento entre unos y otros. Más bien, un silencio ahogado en medio del grito de triunfo de los tifosi.
Tras el tercer gol los jugadores blancos se apagaron, Delle Alpi se encendió y Nedved, el checo, el autor de ese tercer gol, recibió su tarjeta y se le cayó el mundo encima. No estará en Old Trafford. No cumplirá su sueño.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 15 de mayo de 2003