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Crítica:ROCK | Bruce Springsteen

Bruce de alivio-luto

Una vez más la maquinaria desplegada por este héroe -mitad dios, mitad humano- consiguió el doble objetivo de entretener y conmover a una audiencia decidida a dejarse llevar y a detener, si hubiera hecho falta, las manecillas del reloj. Por su entidad rockera, Gijón era plaza idónea para Bruce y su demostración de cómo sacarle siempre al rock and roll algo positivo. Incluso a la mala sombra que auspició su popular último disco The Rising. Como antaño en España se pasaba del negro al gris cuando se cumplía cierto tiempo del fallecimiento de un ser querido -a esto se le llamaba alivio-luto-, así parece alejarse paulatinamente Springsteen de los luctuosos sucesos del fatídico 11-S. Vuelve el Boss por su muy reconocible camino de sacarle a todas las épocas del rock -los años 60, los 70, los 80...- su cara más festiva, romántica y sentimentalmente emocionante. Springsteen es siempre una especie de american graffiti, que renovara sus luminosos colores cada temporada, aunque ese fresco esté siempre pintado sobre la grisura de la América de hoy, y no la de los años cincuenta.

Bruce Springsteen (voz y guitarra)

Clarence Clemons (saxofón), Roy Bittan (piano, sintetizador y órgano), Danny Federici (órgano y piano), Steve Van Zandt y Nils Lofgren (guitarra y coros), Garry Tallent (bajo) y Max Weinberg (batería). Estadio de El Molinón. Gijón, 15 de abril. 40 euros.

Pasadas las nueve de la noche, Bruce y su banda irrumpían en el escenario, ataviados de negro, y enseguida se echó en falta la presencia de Patti Scialfa, señora de Springsteen, quien ya venía participando poco en esta gira. Su lugar fue ocupado por una violinista corista que no desmereció en sus intentos. Los temas Promised Land, The Rising y Lonesome day explotaban ante una audiencia ya rendida antes de sonar la primera nota. Se hizo patente que el último álbum del Boss ha calado mucho entre un público que no conocía demasiado su obra anterior, pero incluso éste inició un rítmico coro de palmas al comenzar a sonar los acordes de No surrender. Sobrevino después el saludo en español chapurreado y como antesala de una versión acústica de Empty sky. El poder de las imágenes de esta canción hizo entonces que la oscura sombra de las Torres Gemelas buscara un sitio fugaz entre la luna llena que alumbraba El Molinón.

Llega el cambio de tercio con You're missing y de repente vuelve a estallar la alegría con Waitin' on a sunny day. Los coros y las palmas sorprenden y alegran a Springsteen, que da sus primeras cabriolas en escena y, literalmente, hace el pino agarrándose al pie del micrófono.

Acto seguido, Darlington County y Badlands continúan el tono festivo, que no habrá de decaer hasta que El Jefe vuelva a ponerse trascendente. Así, más adelante, se adentra, poderoso de voz, en el terreno de las baladas sentidas con My hometown e Into the fire. A estas alturas, el cantante podría hacer ya lo que quisiera con su público, que se retrata en las pantallas de vídeo agitando un impresionante mar de palmas al ritmo. Bruce va de un lado para otro y una hábil realización de televisión presenta en las pantallas sus mejores primeros planos, en los que el sudor del esfuerzo siempre es el maquillaje característico. Cuando no es él, son sus adláteres el saxofonista Clarence Clemons y el guitarrista Steve Van Zandt los que reclaman la atención de los 40.000 pares de ojos.

El show es bastante más corto que en otras visitas, pero aún deja tiempo a Bruce para una exhaustiva presentación de los músicos, con especial y teatral parada para, como siempre, introducir a Clemons. A partir de ahí, se enciende la traca final en la que sonarán Bobby Jean y Born to run. Un corto adiós precede al bis, el mismo en todos los conciertos. Los aplausos que parecen no terminar nunca y el fin de la actuación. Bruce Springsteen ha comenzado su gira española con un triunfo de los grandes.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 16 de mayo de 2003