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Reportaje:ATENTADOS EN MARRUECOS | El auge del integrismo

La 'yihad' llega hasta la otra orilla del Estrecho

El papel religioso de la monarquía alauí ya no inmuniza a Marruecos frente a un fundamentalismo que se nutre de la injusticia social y del 'doble rasero' de Occidente

En su último mensaje público, en febrero, antes de la invasión anglo-estadounidense de Irak, Osama Bin Laden incluyó a Marruecos en su lista de regímenes árabes y musulmanes "apóstatas" y "esclavizados por América". Fue la luz verde del caudillo de la yihad internacional para que sus partidarios en el país magrebí efectuaran allí acciones terroristas contra el régimen alauí y contra personas e intereses, públicos o privados, de los países occidentales implicados en lo que llama "cruzada" contra el mundo islámico. Estados Unidos, Reino Unido e Israel, que, según la lógica de Bin Laden, vienen a ser una sola y misma cosa, son los adalides de la "cruzada". Pero, como señala el egipcio Diaa Rachwan, especialista en el fenómeno islamista, España "ha sido incluida por los yihadistas entre los países enemigos del islam por la actitud belicosa de José María Aznar en el conflicto de la isla de Perejil y su pleno apoyo a Bush en la guerra contra Irak".

Las desigualdades y la globalización han 'reislamizado' Marruecos

Ni Marruecos ni ningún otro país pueden silenciar hoy el discurso de Bin Laden

Cuando en los años ochenta y primeros noventa la fiebre islamista abrasaba Irán, Líbano, Egipto, Palestina y Argelia, Marruecos parecía relativamente inmunizado por el arraigo de su tolerante islam popular, el de los santos y las romerías, y la condición de emir el muminin, o príncipe de los creyentes, de su soberano. Pero poderosas fuerzas internas y externas fueron erosionando esa inmunidad. Entre las internas, el agravamiento de las tremendas desigualdades sociales, los escasos avances hacia la democracia y el menor carisma religioso del nuevo soberano, Mohamed VI. Entre las externas, la globalización informativa. Enlatados en los suburbios y barrios modestos de Casablanca, Rabat y Tánger, los jóvenes y las clases medias y populares de Marruecos disponen desde hace años de antenas parabólicas que les asoman al mundo exterior. Su frustración ante la estrechez de su modo de vida -y en muchos casos las ganas de emigrar- se acentúa al ver en las televisiones occidentales la opulencia de vida en EE UU y Europa. Su rabia ante el doble rasero dominante en el mundo se dispara cuando ven en las cadenas árabes por satélite, como Al Yazira, la dureza con la que los israelíes reprimen a los palestinos y las miserias de la vida de los civiles iraquíes bajo los bombardeos y ahora la ocupación estadounidense.

Marruecos se ha reislamizado en los últimos años, y en una dirección más próxima al rigorismo wahabí de Arabia Saudí que a la interpretación tradicional magrebí. La asistencia a las mezquitas, el uso de barbas y velos por chicos y chicas y las presiones para prohibir el consumo público de alcohol se han incrementado. Esto se ha traducido políticamente por la fortaleza en las universidades y los barrios populares del semiclandestino movimiento Al Adl Wal Ihsan (Justicia y Espiritualidad), del jeque Abdesalam Yasín. Al poco de su entronización, Mohamed VI anuló el arresto domiciliario en el que vivía Yasín, pero ese gesto fue tardío e insuficiente. Que el islamismo político había arraigado en Marruecos lo demostraron los excelentes resultados en las legislativas de septiembre de 2002 del Partido de la Justicia y el Desarrollo (PJD). Esta formación, a incluir en el campo de ese islamismo moderado que aspira a llegar al poder a través de las elecciones y la acción social, se convirtió en la principal fuerza de oposición en Marruecos.

Los islamistas marroquíes protestaban en los últimos tiempos por la dura campaña de represión que se había abatido sobre los más radicales de ellos y por la colaboración del régimen marroquí con el FBI y la CIA en la guerra contra Al Qaeda. Los islamistas, y también organizaciones democráticas de defensa de los derechos humanos, aseguraban que EE UU está enviando a detenidos árabes y musulmanes a Marruecos para que allí sean interrogados con la mayor dureza.

Pero Marruecos no conocía atentados desde agosto de 1994, cuando unos terroristas penetraron en el hotel Atlas de Marraquech y dispararon contra los clientes, matando a dos turistas españoles. Nunca quedó claro si fue una acción de islamistas o de, como afirmó oficialmente Marruecos, los servicios secretos argelinos. En todo caso, Marruecos respondió cerrando sus fronteras con su vecino oriental. Pero ni Marruecos ni ningún otro país pueden silenciar hoy el discurso de Bin Laden. El milenarismo del saudí se difunde a través de las televisiones, Internet, los teléfonos móviles y las grabaciones en casetes y discos compactos.

Al Qaeda no es una organización jerarquizada, centralizada, disciplinada y estructurada como un partido marxista-leninista y ésa es una de las razones de su fuerza. Es una nebulosa multinacional, una coalición de grupúsculos que comparten el odio de Bin Laden a EE UU, Israel y sus aliados, y su deseo de golpearlos donde, cuando y como puedan. En esa red las consignas se transmiten de boca en boca y el dinero a través de la hawala: de mano en mano y en efectivo. Y Al Qaeda es ahora más fuerte que antes del 11-S, según el Instituto Internacional de Estudios Estratégicos (IIEE) de Londres. El IIEE calcula que cuenta con millares de activistas en unos noventa países.

"Al Qaeda ha salido reforzada de la guerra de Irak, en la que ha encontrado nuevos argumentos, nuevos objetivos y nuevos reclutas", asegura el egipcio Rachwan. "Los atentados de Riad y Casablanca", declara el francés Olivier Roy, del Centro de Investigaciones Científicas, "son una respuesta a las guerras de Afganistán e Irak".

En mayo de 2002 Marruecos dio cuenta de la desarticulación de una célula de Al Qaeda en su territorio. Estaba formada por saudíes y marroquíes, que planeaban atentados suicidas con lanchas cargadas de explosivos contra buques estadounidenses y británicos en el estrecho de Gibraltar. Aquella desarticulación no desenraizó el yihadismo del país magrebí. "Asistimos a la mundialización de la yihad y Marruecos está en el centro del huracán", afirmó el viernes al semanario saudí Al Mayalah el islamista marroquí Abu Seif al Islam, exiliado en el Golfo. Fue siniestramente premonitorio.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 18 de mayo de 2003